Sobre mi

Gracias por visitar mi blog ! Te cuento, ahora, algo acerca de mí. Mi nombre es Matías Ariel Wersocky. Mi apellido, por cómo se escribe, parece impronunciable, pero con un poco práctica, sale. Se pronuncia así: uer-so-qui. Es de origen polaco. Tengo 41 vueltas al sol. Si bien nací en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, Argentina, a principios de abril de 1984, residí, después, en distintas localidades y barrios de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). De chico sentí lo que era el nomadismo, pero, de más grande, lo comprendí. En la actualidad, me encuentro, quizás, otra vez, transitoriamente, en CABA.

En mi adolescencia, asistí a la escuela para aprender acerca de filosofía, economía, matemáticas, biología y otras materias, pero también aprendí de otra escuela, mucho más orgánica y menos regulada, que fue mi huerta. Tuve una pequeña huerta en un patio rectangular de mi casa de Alejandro Korn. Me ocupaba de comprar las semillas y los plantines en la feria, de organizar los almácigos, de remover las malezas, de trasplantar y cuidar a las plantas. Creo que lo que más me gustaba era preparar y abonar la tierra con la pala y el rastrillo, no tanto por el proceso en sí, sino porque, después, podía caminar descalzo por ese suelo aireado, blando, grácil, casi como si estuviera caminando sobre algo esponjoso. Además, cada vez que me encontraba con alguna que otra lombriz era una celebración. Las lombrices se suelen considerar las ‘ingenieras de los ecosistemas’ o los ‘dioses menores’, porque con su trabajo, que a simple vista puede parecer minúsculo, mejoran notoriamente la fertilidad del suelo. Pero si de algo me acuerdo con mucha nitidez es de la obra de las plantas. Cada planta agarraba por direcciones inéditas, desarrollaba su estabilidad característica, crecía a sus propios ritmos, seguía su marcha distintiva, aportaba su cromaticidad, perfumes y texturas. La imagen que comparto, a continuación, no corresponde a mi huerta, pero sí me hace acordar mucho a ella.

Henry D. Thoreau comenta que se fue a los bosques porque quería estar en contacto con los hechos esenciales de la vida, pero, en el fondo, quería deshacerse de todo aquello que no fuera vida en la vida que él estaba llevando. Este blog sigue, en alguna medida, ese deseo orgánico que describe Thoreau. Quiero continuar con mi huerta (o mi bosque), pero por otro medio. Se trata, ahora, de plantar semillas-ideas en un terreno digital (¿cuáles serán las lombrices de este suelo?). Quizás no broten todas aquí, porque no estoy del todo seguro de la fertilidad de lo digital, pero espero, al menos, que sí germinen o maduren en el interior de otras personas. En mi huerta, como en el acto ritual del potlatch, donde el dar es tan importante como recibir, las plantas que crecían se convertían en regalos para los demás, un intercambio de vida que compartía con quienes estaban dispuestos a recibirlo.

Si tuviese que completar un formulario de viaje en el que me solicitaran la profesión, escribiría ‘docente’, sin lugar a duda. Trabajo en el campo educativo o, mejor dicho, en el campo de las relaciones humanas, con orientación en educación, desde hace muchos años. Pasé por establecimientos públicos, privados y mixtos, y diferentes niveles educativos, secundario, terciario, grado y posgrado. ¿Cuál era -y sigue siendo- mi propósito en estos espacios? Lo que busco es acompañar a otros a encontrar su propia autenticidad, tal como lo sugirió Carl Rogers. Que puedan tomar el control de su vida, que se alejen de las voces ajenas y que, en lugar de seguir caminos impuestos, se conecten siempre con su propia autonomía y libertad y se abran a todas las experiencias que la vida les presenta, sean luminosas o sombrías. Ahora bien, hay al menos dos recursos que me ayudaron en este proceso de acompañamiento a otros: los distintos personajes disciplinares que conviven en mí, por un lado, y la payasosidad de mi clown, por otro.

Cuento con un perfil anfibio, cambiante como el tiempo, que no encaja en ninguna disciplina en particular, pero que, a su vez, abreva en muchos campos de formación, tales como ingeniería, administración, coaching, antropología, ciencia política, filosofía, literatura, etc. No es mi propósito, en este espacio, contarte lo que estudié o de lo que trabajé. En todo caso, después lo podés chequear en mi perfil de Linkedin (si realizás click en el siguiente link). Lo que sí me interesa decirte es que mi curiosidad y mi deseo de saber (o ‘búsqueda de saber’) fueron los impulsores de esta (de)formación disciplinar que se afianzó con el tiempo (y que estimo que persistirá en el futuro). Porque lo cierto es que las disciplinas que estudiamos, en algún punto, también nos disciplinan. Por lo tanto, esta rebeldía disciplinar me permitió, entre otras cosas, cuestionar el disciplinamiento del mirar, escuchar y sentir que promueve (en muchos casos, de forma sigilosa, invisible y peligrosa) cada campo de estudios.

La práctica artística del clown abraza al desacierto, la confusión, el riesgo, la incertidumbre, lo caótico, la búsqueda, la desesperación. Quizás esos sean los componentes visiblemente subterráneos de este suelo que en la superficie se presenta como digital. Porque, como sucede con el clown, la piel social (la nariz, el traje, el maquillaje, el calzado) es, en realidad, el revés de su piel interior, es decir, su realidad más íntima, recóndita y personal. Lila Monti explica que adora a los payasos y a sus lógicas inusuales porque siente que los payasos viven el aquí y ahora, como nadie, recuperan y habilitan el lugar del error, del fracaso, del accidente, de la imperfección, de la vulnerabilidad, y de ahí que puedan, aunque sea un poco, cambiar el mundo. El clown puede diseñar universos, que se levantan y se desmoronan como castillos de arena, sin siquiera, en muchas ocasiones, saberlo o desearlo. Ojalá que algo de esta payasosidad mía polinice este blog para que se pueda generar algo extra-ordinario en los/as lectores/as, quizás un principio de salvación, una posibilidad de aprendizaje, un paracetamol para el alma, un sentimiento de solidaridad o, en términos más generales, una transformación (aunque sea chiquita) de sus mundos. ¡Bienvenido/a a Transfibium!