Cuando perdemos a un ser
querido, sentimos de repente como si nuestra casa interior se hubiera venido
abajo. Lo que hasta ese momento era sólido o seguro, se derrumba por
completo, y nos encontramos en medio de los escombros: recuerdos, hábitos,
vínculos y rutinas que ya no encajan en la nueva realidad. Sentimos que no
sabemos cómo habitar nuestra casa en esas condiciones. En medio de ese
desconcierto tan humano y universal, el psicólogo estadounidense J. William
Worden propuso un modelo que actúa como una hoja de ruta para la
reconstrucción. Su teoría, ampliamente reconocida, sostiene que el duelo
no es simplemente algo que “nos sucede”, sino un proceso activo que
requiere compromiso y participación por parte de quien transita la pérdida.
Worden plantea cuatro tareas fundamentales que cada persona debe afrontar
para poder adaptarse a la pérdida y seguir adelante con sentido: (1) aceptar
la realidad de la pérdida, (2) elaborar el dolor emocional, (3) adaptarse a un
mundo sin la persona fallecida, y (4) encontrar una conexión duradera con quien
ha partido mientras se reinvierte en una nueva vida.
A diferencia de otros modelos más pasivos, esta propuesta invita a cada persona doliente a tomar un rol activo en su propio proceso de sanación. No se trata de olvidar ni de "cerrar una etapa" como si nada hubiera pasado. Se trata de reconstruir nuestra casa interior, sin negar lo que se ha perdido, sino integrando esa ausencia en una nueva estructura emocional, en la que el ser querido tenga un lugar amoroso y significativo. Cada tarea del duelo es como una etapa de esa reconstrucción: primero despejamos los escombros del derrumbe, luego comenzamos a reconocer lo que aún tenemos, después rediseñamos nuevos espacios para la vida, y finalmente encontramos una forma de seguir habitando ese hogar interno donde el amor permanece, aunque el paisaje haya cambiado para siempre. En lo que sigue, se amplia el alcance de cada tarea y se precisa qué facilita y qué dificulta cada una de ellas.
Tarea #1:
Aceptar la realidad de la pérdida
La primera tarea en el proceso del duelo consiste en aceptar que la pérdida es real. Esto implica no solo comprenderlo a nivel racional o intelectual, sino también a nivel emocional, lo cual suele ser mucho más difícil y profundo.
Aceptar racionalmente la pérdida significa reconocer con claridad los hechos: entender que la muerte ha ocurrido, comprender que ya no veremos ni hablaremos con esa persona, y reconocer los cambios concretos que esto implica en nuestra vida cotidiana. Esta aceptación puede aparecer pronto, pero también puede negarse o diluirse con pensamientos como "parece que en cualquier momento va a entrar por la puerta" o "esto no puede estar pasando".
Aceptar emocionalmente la pérdida, en cambio, es permitirnos sentir el dolor de esa ausencia. Es vivir la tristeza, la rabia, la incredulidad, o incluso la culpa, sin reprimir ni evitar esas emociones. Significa darle un espacio real a lo que sentimos, sin juzgarnos ni pretender que estamos "bien" antes de tiempo.
Solo cuando aceptamos que la persona no está y no volverá, y nos damos permiso para sentir todo lo que eso nos provoca, podemos comenzar a transitar el camino de la sanación. Este es el primer paso esencial para elaborar un duelo sano.
Qué facilita aceptar la realidad de la pérdida
- Hablar sobre la muerte libera y ordena
Conversar sobre lo ocurrido, especialmente relatar los momentos finales, es algo que muchas personas en duelo hacen de forma repetitiva. Esta repetición no solo es natural, sino también necesaria: hablar una y otra vez permite bajar la intensidad emocional, ayuda a procesar el dolor, da estructura a lo vivido y permite que la muerte comience a ser una realidad integrada y asumida.
- Participar en rituales funerarios
Los rituales, como los funerales o ir al cementerio, cumplen una función clave. Nos obligan a enfrentar la realidad de la pérdida y nos brindan un espacio para expresar emociones, compartir recuerdos y reflexionar sobre la vida de quien se ha ido. Estos actos ayudan a concretar que la muerte ha ocurrido, y son un primer paso para empezar a elaborar el duelo.
Qué dificulta aceptar la realidad de la pérdida
- Hablar del fallecido como si aún viviera
Usar el presente al referirse a la persona fallecida puede ser una forma inconsciente de negar la pérdida. Aunque es comprensible al inicio, si se mantiene en el tiempo, impide avanzar en la aceptación.
- Guardar sus pertenencias como si fuera a volver (“momificación”)
Conservar sus objetos intactos, como si la persona fuera a regresar en cualquier momento, es una forma de negación. Si bien al principio puede dar consuelo, mantenerlo por años obstaculiza la aceptación de la ausencia definitiva.
- Eliminar todos los recuerdos abruptamente
Tirar o esconder todo lo relacionado con la persona fallecida como si nunca hubiera existido es el extremo opuesto de la "momificación". Es una manera de evitar el dolor, pero también impide un duelo sano, ya que borra los lazos y evita el proceso de despedida.
- Minimizar la importancia de la relación
Decir frases como “no éramos tan cercanos” o “no era tan buena persona” puede ser una forma de auto-protección, pero también bloquea el reconocimiento del impacto emocional real de la pérdida. Esto se conoce como olvido selectivo y dificulta elaborar el duelo de forma auténtica.
- Ver al fallecido en otra persona
A veces, quien está en duelo proyecta la imagen del fallecido en otra persona —un hijo, un amigo, un conocido— como si, simbólicamente, siguiera vivo en ella. Esta “distorsión” puede aliviar momentáneamente el dolor, pero a largo plazo impide aceptar la ausencia real.
- Negar que la muerte es definitiva
Aferrarse a la esperanza de un reencuentro inmediato o literal con el ser querido puede ser una forma de negar que la muerte es irreversible. Aunque la espiritualidad y la fe pueden dar consuelo, si se usan para negar la pérdida en lugar de afrontarla, bloquean el proceso de aceptación.
Tarea #2: Elaborar el dolor de la pérdida
Elaborar el dolor significa permitirse sentir y expresar lo que realmente ocurre en el interior: tristeza, rabia, miedo, confusión, incluso alivio o culpa. Todas estas emociones forman parte del proceso, y ninguna es “incorrecta”. Lo importante es reconocerlas, darles espacio y permitir que salgan de forma saludable. Muchas veces, resulta tentador evitar ese dolor: distraerse, evadirse o reprimir lo que se siente puede parecer una salida más fácil. Sin embargo, ignorar o bloquear estas emociones solo posterga el proceso de sanación y, con el tiempo, puede transformar el dolor natural en un sufrimiento profundo que afecta tanto la salud emocional como física.
La elaboración del dolor suele
ser bastante demandante a nivel emocional, con lo cual, es fundamental cuidar
el cuerpo y la rutina cotidiana. Comer bien, dormir lo suficiente, realizar
actividad física, evitar el aislamiento y mantenerse en contacto con personas
de confianza son formas concretas de autocuidado que ayudan a sostenerse
mientras se atraviesa el dolor. La compañía cercana y la escucha empática
de familiares o amistades puede ser tan importante como el apoyo profesional.
Contar con un terapeuta especializado en duelo o participar en un grupo de
apoyo, si se siente necesario, puede ofrecer contención, herramientas y un
espacio seguro para transitar esta etapa con mayor sostén.
Qué facilita elaborar el dolor
de la pérdida
- Ponerle nombre a lo que se siente
Expresar las emociones con claridad —por ejemplo, decir “me siento triste”, “estoy enojado” o “tengo miedo”— ayuda a tomar conciencia de lo que estamos viviendo. Nombrar lo que sentimos nos da cierto control y nos permite empezar a gestionarlo, en lugar de sentirnos abrumados por emociones sin forma
- Aceptar los sentimientos sin juzgarlos
Es fundamental permitirnos sentir sin reprimir ni juzgar lo que aparece. El dolor, la rabia o la inseguridad no son señales de debilidad, sino respuestas humanas ante la pérdida. Aceptarlas es parte del camino hacia la sanación.
- Dar espacio a todas las emociones
Un duelo sano no significa evitar el dolor, sino atravesarlo. Poder expresar los sentimientos —llorar, hablar, escribir o compartir— de manera constructiva es lo que permite que ese dolor se transforme poco a poco. Negar o reprimir las emociones solo las intensifica con el tiempo.
Qué dificulta elaborar el dolor de la pérdida
- Bloquear o negar los sentimientos
Evitar el dolor, negar que se está sufriendo o aferrarse solo a pensamientos positivos es una forma de desconexión emocional. A corto plazo puede parecer útil, pero impide procesar lo que realmente se está viviendo.
- Idealizar al fallecido
Recordar solo lo bueno y negar cualquier aspecto negativo o realista de la relación puede dificultar el duelo. El proceso necesita de una visión equilibrada para poder cerrar ciclos de forma auténtica.
- Refugiarse en el alcohol o las drogas
El uso de sustancias para "anestesiar" el dolor puede convertirse en una forma peligrosa de evasión. Aunque puede dar alivio momentáneo, a largo plazo impide conectar con las emociones necesarias para sanar.
- Realizar una “cura geográfica”
Cambiar constantemente de lugar, mudarse o viajar con la esperanza de dejar atrás el dolor suele ser una forma de escape emocional. El duelo viaja con nosotros, y tarde o temprano, las emociones necesitan ser enfrentadas donde sea que estemos.
Tarea #3: Adaptarse a un nuevo mundo sin
el ser querido
Una vez atravesadas las primeras etapas del duelo, llega el momento de comenzar a reorganizar la vida cotidiana sin la presencia física de la persona fallecida. Esta tarea implica hacer ajustes tanto externos (en la rutina, las responsabilidades y los roles) como internos (en la identidad, en la forma de ver el mundo y en la relación emocional con la pérdida).
Cuando alguien cercano muere, muchas veces deja vacíos concretos: tareas que realizaba, decisiones que tomaba, roles que ocupaba dentro de la familia o el entorno. Ahora, el doliente debe asumir parte o la totalidad de esas funciones, lo cual requiere un proceso de aprendizaje, adaptación y, en muchos casos, redefinición de su propio rol. Este reajuste puede ser especialmente complejo si el fallecido tenía un papel central en la vida diaria: una pareja, un padre o madre, un hijo o un amigo muy cercano. En esos casos, no solo se pierden acciones o rutinas concretas, sino también parte del sentido o del equilibrio emocional que esa relación aportaba.
Qué facilita la adaptación
- Tomarse el tiempo necesario para adaptarse
Este proceso no ocurre de un día para otro. Es normal que la reorganización de la vida lleve tiempo y se dé de forma gradual.
- Reconocer y activar los propios recursos
Identificar fortalezas personales, habilidades, intereses y redes de apoyo es clave para comenzar a reestructurar la vida cotidiana. Volver a involucrarse en actividades —especialmente las que promueven bienestar, como las lúdicas, creativas o al aire libre— puede ayudar a generar nuevas rutinas más saludables y significativas.
- Reconstruir la rutina con hábitos positivos
La adaptación se facilita cuando la persona va incorporando nuevas conductas que promueven el bienestar físico, emocional y social. La meta no es "reemplazar" al ser querido, sino reconstruir una cotidianeidad que pueda sostenerse en esta nueva etapa de vida.
Qué dificulta la adaptación
- Negarse a asumir nuevos roles y responsabilidades
Cuando la persona se resiste a aceptar los cambios que la pérdida impone (por ejemplo, hacerse cargo de tareas que antes no realizaba), el proceso de adaptación se detiene. Esta lucha interna impide avanzar.
- Fomentar una actitud de impotencia
Creer que no se es capaz de seguir adelante o que todo lo que daba sentido a la vida se ha perdido, alimenta el estancamiento. La sensación de incapacidad puede convertirse en una barrera importante para el ajuste.
- Pérdida de identidad
En muchos casos, la identidad de una persona está fuertemente ligada a la relación que mantenía con el ser querido. Por ejemplo, quien se definía principalmente como “esposo”, “madre” o “cuidadora”. La muerte puede hacer tambalear ese sentido del yo. Si no se trabaja en una reconstrucción personal, este vacío identitario puede frenar la adaptación.
- Aislamiento social
Alejarse de los demás, evitar contactos o cerrarse al mundo exterior puede generar más sufrimiento. El aislamiento impide la conexión con nuevas experiencias, personas y oportunidades que podrían ayudar a reconstruir una nueva vida con sentido.
Tarea #4: Reubicar emocionalmente al ser
querido fallecido
La última tarea del duelo, según William Worden, consiste en encontrar una nueva forma de vincularse emocionalmente con la persona fallecida. Reubicar emocionalmente al ser querido es mantener una conexión interna y amorosa con esa persona, a través del recuerdo, del pensamiento, de lo aprendido junto a ella, sin dejar que esa conexión nos impida abrirnos al mundo, al cambio y al crecimiento. Es encontrar un lugar donde esa persona pueda seguir acompañándonos, pero sin detener nuestro camino, sin quedar anclados al pasado ni impedirnos seguir viviendo.
Esta tarea implica transformar el vínculo: pasar del dolor agudo por la ausencia física a una relación más serena, basada en los recuerdos, los aprendizajes compartidos y el amor que permanece. No se trata de olvidar, ni de "superar" en el sentido de dejar atrás, sino de integrar la pérdida de forma saludable en nuestra vida emocional.
Qué facilita reubicar
emocionalmente al ser querido
- Recordar sin quedar atrapado en el dolor
Permitirse evocar al ser querido con amor, hablar de él o ella, mirar fotos, escribir recuerdos o rendir homenajes simbólicos ayuda a mantener una conexión emocional saludable.
- Retomar o iniciar proyectos personales
Volver a involucrarse en actividades significativas, desarrollar nuevos intereses o metas personales permite que la atención comience a dirigirse hacia el presente y el futuro, sin dejar de lado el recuerdo del ser amado.
- Aceptar que el vínculo continúa de otra manera
Reconocer que el amor y los recuerdos perduran, aunque la persona ya no esté físicamente, facilita una nueva forma de relación interna, más simbólica pero igualmente valiosa.
Qué dificulta reubicar
emocionalmente al ser querido
- Aferrarse a la idea de que "seguir adelante" es traicionar
Creer que disfrutar la vida, volver a reír o amar significa olvidar o deshonrar al ser querido puede generar culpa y bloquear el proceso de reubicación emocional.
- Mantener una atención constante en la pérdida
Centrarse únicamente en lo que ya no está —la ausencia, el dolor, el vacío— sin dar espacio a nuevas experiencias, impide integrar la pérdida y construir una vida significativa después de ella.
- Desconectarse emocionalmente
Evitar compartir recuerdos, no hablar de la persona fallecida o cerrarse a los demás puede dificultar la elaboración del vínculo simbólico que permite seguir adelante con el recuerdo presente, pero sin el sufrimiento constante.
El modelo de las tareas del duelo propuesto por William Worden nos recuerda que el proceso de sanar tras una pérdida no sigue un camino recto ni predecible. Cada persona transita el duelo a su propio ritmo, condicionado por la profundidad del vínculo, sus recursos emocionales, su historia de vida y el contexto de la pérdida. Es natural avanzar, retroceder o permanecer en una tarea más tiempo que en otra. Lo importante no es cumplirlas “a tiempo”, sino darles el espacio necesario para que cumplan su función transformadora. Las emociones que surgen durante este proceso pueden ser intensas y dolorosas, pero son también una oportunidad para crecer, resignificar y construir una nueva manera de estar en el mundo. Negar o evitar estas tareas puede dejarnos anclados en el sufrimiento, impidiendo integrar la pérdida en nuestra historia. En cambio, abrazar el dolor, honrar el vínculo y reconstruir la vida con sentido nos abre a una forma más profunda de amor y madurez emocional. Al completar estas tareas, no dejamos atrás a quien hemos perdido, sino que aprendemos a llevarlo de otra manera, dentro de nosotros, mientras seguimos caminando hacia una vida nueva.
Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).
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