Cuando una persona atraviesa la pérdida de un ser querido, el proceso de duelo que vive puede parecer, a simple vista, similar al de otros. Sin embargo, en la práctica, cada duelo es como un viaje a través de un paisaje distinto: algunos caminos son más áridos o empinados, otros más oscuros o nebulosos, algunos llenos de curvas inesperadas o imprevistas. Si bien el destino es, en algún punto, el mismo —adaptarse a la ausencia y reconstruir el sentido de la vida—, la ruta que cada persona recorre es profundamente única, marcada por emociones, tiempos y reacciones personales.
Para comprender por qué cada individuo transita el duelo de manera tan distinta, el psicólogo J. William Worden propuso el concepto de mediadores del duelo. Estos mediadores son factores que influyen directamente en cómo una persona elabora su pérdida, y nos permiten entender por qué dos personas que han sufrido pérdidas similares pueden vivir procesos profundamente diferentes. Tener en cuenta estos mediadores —también llamados en ocasiones predictores— enriquece nuestra comprensión del duelo y permite un acompañamiento con mayor sensibilidad, empatía y respeto. Son, en definitiva, las circunstancias personales, relacionales y contextuales que rodean a la pérdida y que estructuran el modo en que cada uno enfrenta este proceso vital.
Mediador # 1: El parentesco o
vínculo con la persona fallecida
Uno de los factores más influyentes en cómo una persona transita el duelo es el tipo de relación que tenía con quien falleció. No todas las pérdidas impactan de la misma manera: el grado de cercanía emocional y el rol que esa persona ocupaba en nuestra vida son elementos clave para comprender la profundidad del dolor.
Por ejemplo, la
muerte de un abuelo de 98 años que vivió una vida larga y plena puede ser
dolorosa, pero muchas veces es asumida como parte del ciclo natural de la vida.
En cambio, la pérdida de un hijo de 12 años suele generar un impacto
emocional de mucha profundidad, pues se trata de un vínculo muy íntimo y
cotidiano, donde la ausencia deja un vacío difícil de integrar.
Este mediador no se
refiere solo al parentesco, sino a la calidad y significación del vínculo
emocional. En ese sentido, una persona podría duelar la muerte de alguien
que no formaba parte de su familia, pero que ocupaba un lugar muy importante en
su vida.
Por ejemplo, una
persona que fue discípula de un mentor durante muchos años —alguien que la
guió, inspiró y acompañó en su crecimiento personal o profesional— puede
experimentar un duelo muy profundo cuando esa figura fallece. Lo mismo ocurre
con quienes pierden a su terapeuta, con quien compartieron un proceso íntimo
y sostenido de trabajo emocional durante bastante tiempo. Aunque estos
vínculos no sean familiares, su pérdida puede sentirse tan intensa como la
de un ser querido cercano, porque dejan una huella afectiva muy significativa
en el doliente. Y ese dolor también merece ser nombrado, acompañado y validado.
En
definitiva, no es el nombre del vínculo lo que determina la profundidad del
duelo, sino el lugar emocional que esa persona ocupaba en nuestra vida.
Comprender esto nos ayuda a legitimar todo tipo de pérdidas, incluso aquellas
que socialmente pueden ser invisibilizadas o minimizadas. Por eso, más que
preguntarnos “¿quién era para vos?”, tal vez deberíamos preguntar: “¿qué
significaba para vos esa persona?”. Desde allí es posible acompañar con
mayor sensibilidad y respeto el recorrido de cada duelo.
Mediador # 2: La naturaleza del
apego
Este mediador se refiere a cómo era la relación real y emocional entre la persona doliente y quien ha fallecido. No se trata solo del vínculo formal (por ejemplo, “era mi madre” o “era mi pareja”), sino de la calidad del lazo afectivo, de la historia compartida, y del lugar emocional que esa persona ocupaba en la vida del doliente.
Uno de los aspectos clave es la intensidad del apego: cuanto más fuerte y profundo haya sido el vínculo, más intensa suele ser la experiencia del duelo. Por ejemplo, si alguien tenía con su pareja una relación muy cercana, de gran conexión emocional y presencia diaria, la pérdida puede generar una sensación de vacío abrumadora. También influye cuánta seguridad emocional brindaba esa persona: si el fallecido era una fuente de consuelo, estabilidad o guía en la vida del doliente, su ausencia puede sentirse como perder una base fundamental.
Otro aspecto importante es la ambivalencia emocional: algunas relaciones están marcadas por una mezcla de amor y dolor, cercanía y conflicto. En estos casos, pueden surgir emociones contradictorias como culpa, enojo, alivio o arrepentimiento. Por ejemplo, alguien que cuidó durante años a un padre con quien tenía una relación difícil puede sentir tristeza por la pérdida, pero también enojo por heridas no resueltas, o alivio por el fin de una etapa exigente. Estas emociones complejas son normales y forman parte del duelo.
También se debe considerar el grado de dependencia: si la persona fallecida era quien sostenía económicamente el hogar, resolvía las tareas cotidianas o era un fuerte apoyo emocional, la pérdida puede generar no solo dolor afectivo, sino también inseguridad práctica y desorientación vital. Por ejemplo, una mujer que pierde a su esposo después de décadas de convivencia puede enfrentarse no solo a la tristeza, sino también a aprender a manejar cuestiones de la vida diaria que antes no asumía sola.
En
definitiva, la manera en que una persona amó, necesitó, confió o incluso
sufrió en su vínculo con quien ha partido deja una huella directa en cómo
transita su duelo. No se trata solo de cuánto se quería, sino de cómo
se quería, qué papel cumplía esa persona en la vida cotidiana y
emocional del doliente, y qué queda pendiente tras su partida. Cada
vínculo es un mundo, y cada pérdida, una ruptura única de ese mundo. En este
sentido, quizás una de las preguntas más humanas que podemos hacernos frente a
un duelo sea: “¿Qué parte de vos se fue con esa persona?” y, al mismo
tiempo, “¿Qué parte de ella sigue viva en vos?”. Porque desde ese lugar,
empieza el verdadero trabajo de integrar lo perdido sin perderse en el intento.
Mediador # 3: La forma en que
ocurrió la muerte
Otro factor que influye significativamente en el proceso de duelo es la manera en que falleció la persona. El tipo de muerte, las circunstancias en las que ocurrió y el nivel de impacto emocional que tuvo en el doliente son aspectos clave para comprender cómo se vivencia la pérdida.
Algunas muertes son esperadas y naturales, como cuando una persona mayor fallece tras una enfermedad larga. En estos casos, puede haber habido tiempo para prepararse emocionalmente, despedirse y cerrar ciertos asuntos. Pero otras muertes ocurren de forma repentina, traumática o inesperada, como en accidentes, suicidios u homicidios, lo cual suele generar un duelo más complejo, con emociones intensas como conmoción, incredulidad, culpa o enojo.
También existen las muertes múltiples, que suceden cuando varias personas significativas mueren en un corto período de tiempo. Por ejemplo, una familia que pierde a varios miembros en un accidente o una persona que, en el transcurso de un año, pierde a su madre, su pareja y un amigo cercano. Estos casos suelen provocar una sensación de sobrecarga emocional y dificultad para elaborar cada duelo de manera individual.
Otro aspecto importante es si la muerte fue evitable o percibida como tal. Cuando el doliente siente que se podría haber hecho algo para prevenir la muerte —como en algunos casos médicos, accidentes o decisiones personales—, pueden surgir fuertes sentimientos de culpa, frustración o impotencia.
Están también las llamadas muertes ambiguas, que son difíciles de procesar porque no hay una certeza clara sobre lo ocurrido. Esto puede suceder cuando no se encuentra el cuerpo, como en desapariciones, o cuando el cuerpo está presente pero la persona ya no se reconoce como tal, como en ciertas enfermedades neurodegenerativas. En estos casos, se tienen más dificultades para aceptar la pérdida.
Hay muertes que ocurren en contextos violentos, como un suicidio, una sobredosis o un crimen. En estas situaciones, el doliente no solo lidia con su propio dolor, sino también con el juicio social, la incomodidad del entorno o el silencio que muchas veces rodea estas pérdidas.
La proximidad emocional o física al momento de la muerte también puede influir: no es lo mismo haber acompañado a un ser querido en sus últimos momentos que enterarse de su fallecimiento a la distancia. Quienes no pudieron estar presentes —por razones geográficas, familiares o emocionales— a menudo enfrentan sentimientos de culpa, desconexión o dificultad para hacer real la pérdida.
En resumen, la forma en que ocurre la muerte no solo marca el final de una vida, sino que también condiciona profundamente el inicio del duelo. Las circunstancias del fallecimiento pueden abrir diferentes caminos emocionales: algunos más transitables, otros más abruptos, cargados de preguntas sin respuesta, silencios o heridas abiertas. Por eso, comprender este mediador nos ayuda a mirar con mayor empatía y sin juicios cómo cada persona afronta su pérdida. Tal vez la pregunta que debamos hacernos al acompañar un duelo no sea solo “¿cuándo murió?”, sino también “¿cómo fue vivir esa muerte para vos?”. Ahí se abren las puertas para un acompañamiento más humano, más justo, más sanador.
Mediador # 4: Antecedentes
personales e históricos del doliente
Este mediador se
refiere a la historia personal y emocional de quien atraviesa el duelo,
especialmente a cómo estaba antes de la pérdida en términos de salud mental,
experiencias anteriores y recursos personales. Estos factores influyen
directamente en la manera en que la persona podrá enfrentar y elaborar su duelo.
Por ejemplo,
alguien que ya venía atravesando una situación de depresión, ansiedad, o que
estaba emocionalmente frágil, puede experimentar el duelo con más dificultad.
También es importante saber si la persona está bajo tratamiento psicológico o
psiquiátrico, si toma medicación, o si tiene antecedentes de trastornos
emocionales que puedan agravarse tras la pérdida.
Otro aspecto clave
es cómo la persona ha transitado duelos anteriores. ¿Ha perdido a otros
seres queridos en el pasado? ¿Cómo logró afrontarlos? ¿Pudo atravesarlos de
forma saludable, o quedaron asuntos no resueltos? Por ejemplo, alguien que hace
unos años perdió a su pareja de manera repentina y no pudo elaborar ese duelo
adecuadamente, puede revivir parte de ese dolor ante una nueva pérdida.
Este mediador
también tiene que ver con la etapa vital y los recursos disponibles. No
es lo mismo atravesar la pérdida de un ser querido a los 15 años, con poca
experiencia y herramientas emocionales, que hacerlo a los 60, cuando quizás ya
se han vivido otras pérdidas y se han desarrollado más recursos para
comprender, aceptar y elaborar el duelo.
En
definitiva, este mediador nos invita a mirar el “antes” del doliente:
cómo llegaba emocionalmente a esta pérdida, qué aprendizajes o heridas trae
consigo, y con qué fortalezas personales cuenta para afrontar este proceso tan
complejo y humano.
Mediador # 5: Características de
la personalidad del doliente
Cada persona vive el duelo de una manera única, y parte de esa diferencia se debe a las características de su personalidad. Este mediador abarca aspectos como la edad, el género, el estilo de afrontamiento, el estilo de apego, la autoestima, las creencias personales y los valores. Todos estos elementos influyen en cómo se procesa una pérdida y con qué recursos se enfrenta el dolor.
Por ejemplo, no es lo mismo el duelo en un niño, en un adolescente o en un adulto mayor. Un niño puede expresar el dolor a través del juego o el comportamiento, un adolescente puede volverse más rebelde o introspectivo, y un adulto mayor puede asociar la pérdida con el cierre de etapas o el miedo a la soledad.
En cuanto al estilo de afrontamiento, hay personas que tienden a actuar y mantenerse ocupadas como forma de lidiar con el dolor (por ejemplo, volcarse al trabajo o a la actividad constante). Otras son más emocionales, y necesitan hablar, llorar y compartir lo que sienten. También existen quienes tienden a evitar el dolor, refugiándose en el silencio, negando la pérdida o recurriendo a sustancias como el alcohol o la medicación sin supervisión.
El estilo de apego —es decir, la forma en que una persona se vincula afectivamente con los demás— también impacta en el duelo. Quienes tienden a establecer lazos seguros y confiables suelen afrontar la pérdida con mayor capacidad para buscar apoyo. En cambio, aquellos con estilos de apego más inseguros o evitativos pueden sentir más ansiedad, dificultad para confiar en los demás o tendencia al aislamiento.
A nivel cognitivo, algunas personas son más resilientes, optimistas o flexibles ante los cambios, mientras que otras tienden a pensamientos catastróficos, a quedarse atrapadas en recuerdos dolorosos o a no poder soltar imágenes intrusivas asociadas a la pérdida. Cuando el pensamiento se paraliza y no da lugar a la acción, el sufrimiento puede volverse más intenso y duradero.
La autoestima es otro factor importante. Si la persona ya venía con una imagen de sí misma debilitada o con dificultades emocionales previas, el duelo puede amplificar esos sentimientos. Por ejemplo, alguien que ya se sentía incapaz o con poco valor puede experimentar la pérdida como una confirmación de que no podrá seguir adelante.
Por último, el duelo también puede sacudir creencias y valores profundos. Algunas personas atraviesan verdaderas crisis espirituales o existenciales: pueden empezar a cuestionarse el sentido de la vida, la justicia, la existencia de Dios o la idea de destino. En cambio, quienes tienen una base espiritual sólida o una fe activa muchas veces encuentran en ella un sostén que les permite transitar el dolor con mayor serenidad.
En
resumen, la personalidad actúa como un filtro a través del cual cada
doliente interpreta, siente y responde a la pérdida. Conocer estos factores
ayuda a comprender por qué un mismo tipo de pérdida puede vivirse de formas tan
distintas.
Mediador # 6: Variables sociales
Este mediador se refiere a todo lo que rodea socialmente al doliente: los roles que ocupa en su entorno, los recursos espirituales o religiosos con los que cuenta, y, especialmente, el nivel de apoyo emocional y social que tiene disponible. Estos factores pueden influir de manera positiva o negativa en cómo se transita el proceso de duelo.
Uno de los elementos más importantes es el apoyo afectivo y social. Tener personas que acompañen, escuchen sin juzgar, estén presentes y contengan emocionalmente al doliente, puede marcar una gran diferencia. Por ejemplo, una persona que, tras la pérdida, se siente sostenida por familiares, amigos o compañeros que saben escuchar y respetan sus tiempos, probablemente transite el duelo con más recursos emocionales. Pero también puede ocurrir lo contrario: alguien puede estar rodeado de gente y aun así sentirse profundamente solo, incomprendido o incluso presionado a “superar” el dolor rápidamente. En esos casos, el apoyo no resulta satisfactorio, y el proceso puede volverse más difícil.
Otra variable social clave es la red de vínculos y roles activos. Cuando una persona tiene distintos espacios donde participa (como el trabajo, actividades sociales, amistades o comunidades religiosas), cuenta con más fuentes de contención y una estructura cotidiana que le ayuda a reorganizar su vida tras la pérdida. Por ejemplo, una madre que además de cuidar a su familia tiene una red de amigas, va a su comunidad religiosa y trabaja fuera de casa, probablemente encuentre más anclajes emocionales y prácticos para transitar el duelo.
En cambio, cuando alguien lleva una vida más aislada —por ejemplo, si solo se mueve entre la casa y el trabajo, con pocos lazos afectivos cercanos—, puede sentir que no tiene a dónde recurrir, lo que aumenta la sensación de soledad y hace que el duelo sea más desafiante.
También influyen las creencias espirituales o religiosas, que en muchos casos pueden actuar como un sostén muy importante. Por ejemplo, alguien que cree en la vida después de la muerte puede encontrar consuelo en pensar que su ser querido sigue presente de otra manera. La fe o la pertenencia a una comunidad religiosa puede ofrecer no solo una red de apoyo emocional, sino también rituales y significados que ayudan a procesar la pérdida.
Por último, hay que tener en cuenta la cultura familiar y comunitaria: en algunas familias se habla abiertamente del dolor y se realiza el duelo de manera compartida, mientras que en otras predomina el silencio o se deslegitiman ciertas emociones. Lo mismo ocurre con las culturas más amplias, donde las prácticas sociales y los rituales pueden facilitar o, por el contrario, obstaculizar la expresión del duelo.
En
síntesis, las variables sociales actúan como el “tejido de contención”
sobre el cual se apoya el doliente. Cuanto más rico, abierto y comprensivo sea
ese entorno, más recursos tendrá la persona para procesar su pérdida y
reconstruir su vida.
Mediador # 7: Pérdidas y tensiones
concurrentes
El proceso de duelo rara vez ocurre en un vacío. Muchas veces, la muerte de un ser querido se entrelaza con otras situaciones difíciles o cambios importantes, lo que puede intensificar el dolor y dificultar su elaboración. A esto se lo llama pérdidas y tensiones concurrentes, y se refiere a todos aquellos eventos que suceden de forma simultánea o cercana al duelo y que suman carga emocional y práctica al proceso.
Por ejemplo, una persona que acaba de perder a su madre también puede estar enfrentando una mudanza forzada, un despido laboral o una crisis con su pareja. O alguien que atraviesa el fallecimiento de su esposo puede encontrarse, además, con la jubilación obligada, lo que implica una doble pérdida de compañía y de rol social. Estos eventos no solo complican el duelo, sino que muchas veces lo invisibilizan, porque el doliente se ve obligado a seguir funcionando en medio del colapso.
Incluso sin ser eventos dramáticos, los duelos paralelos también cuentan: dejar una casa compartida, cambiar rutinas, asumir nuevas responsabilidades o cuidar a otros familiares que también están atravesando la pérdida. Todo esto suma, y puede hacer que el doliente se sienta emocionalmente sobrepasado sin comprender del todo por qué.
Nombrar
y reconocer estas tensiones concurrentes es clave. Cuando una persona logra
identificar que no está viviendo un solo duelo, sino, a veces, varios al
mismo tiempo, puede empezar a comprender con más claridad la intensidad de
su malestar. Esto, lejos de victimizar, ayuda a validar el dolor, a aliviar
la autoexigencia y a ubicar con más amabilidad lo que se siente. En este
sentido, una buena pregunta para acompañar podría ser: “¿Qué otras cosas
estás perdiendo, además de esa persona?” Porque a veces, entender la
magnitud de lo que se está sosteniendo permite comenzar a soltar, de a poco,
con mayor compasión hacia uno mismo.
Conclusión: Un
duelo, muchas dimensiones
El duelo es mucho más que una reacción al dolor por la pérdida de un ser querido. Es un proceso complejo, único y profundamente influido por diversos factores personales, relacionales y contextuales. A través de los ocho mediadores del duelo propuestos por J. William Worden —el tipo de vínculo, la calidad del apego, la forma de la muerte, los antecedentes personales, las características de la personalidad, el entorno social, la red de apoyo y las tensiones concurrentes—, podemos comprender mejor por qué cada persona vive su duelo de manera tan distinta. Estos mediadores no son casilleros a completar, ni recetas a seguir, sino lentes que nos permiten mirar con mayor profundidad y sensibilidad cada experiencia de pérdida. Nos recuerdan que no todos parten del mismo lugar ni cuentan con los mismos recursos. Por eso, el duelo no puede ser medido por plazos, ni comparado, ni apurado. Quizás la pregunta más importante no sea solo “¿a quién perdiste?”, sino “¿cómo te atraviesa esa pérdida?”. Y desde ahí, construir un acompañamiento que respete el tiempo, la historia y la dignidad de cada doliente. Porque al final, duelar es también un acto de amor: hacia quien se fue, pero también hacia quien queda, intentando recomponer su mundo.
Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).
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