Cada persona vive el duelo de manera única, pero no todos los procesos siguen un curso natural o esperable. En algunos casos, el duelo puede complicarse. Esto ocurre, por ejemplo, cuando la persona se siente desbordada emocionalmente, cuando el dolor se vuelve excesivamente intenso o prolongado, cuando aparecen conductas que alivian momentáneamente pero que resultan perjudiciales a largo plazo, o cuando el proceso se estanca sin avanzar hacia la aceptación y la adaptación a la pérdida. Si bien no existe un único síntoma o signo que indique con certeza que un duelo se ha complicado, existen ciertas señales a tener en cuenta: la intensidad de las reacciones emocionales, su duración en el tiempo y el impacto negativo que tienen en la vida cotidiana de la persona. Como referencia general, si después de un año no se observan avances significativos en el proceso, se podría sospechar la presencia de un duelo complicado. Es importante aclarar que no hablamos de “duelo patológico”, ya que esto podría generar estigmatización. Tampoco nos referimos a un "duelo difícil", que suele estar relacionado con las circunstancias particulares de la pérdida. En este caso, en particular, hablamos de una complicación en el proceso natural del duelo, que puede requerir acompañamiento y apoyo especializado.
El psicólogo William Worden opta
por hablar de duelo complicado en lugar de duelo anormal, porque
considera que el dolor que acompaña al duelo no debe verse como algo fuera de
lo común. En ese sentido, resalta que cada individuo vive el duelo de forma
diferente, y por eso es fundamental respetar y comprender la experiencia única
de cada persona. Asimismo, Worden caracteriza distintas reacciones que permiten
diferenciar la forma en que se altera o interrumpe el proceso natural o
esperable de elaboración de la pérdida. Esas son reacciones de duelo crónico
o prolongado, duelo retrasado o pospuesto, duelo exagerado y duelo
enmascarado. Estas reacciones presentan características particulares que
pueden dificultar la adaptación a la pérdida y, en muchos casos, requieren
acompañamiento terapéutico para ser elaboradas adecuadamente.
1. Duelo crónico o prolongado
El duelo crónico o prolongado
se presenta cuando el proceso de duelo se desvía de lo que culturalmente se
considera un “curso normal”, tanto en su duración como en la intensidad
de las emociones implicadas. En estos casos, el duelo se estanca y se
puede prolongar durante meses o incluso años, sin que la persona logre alcanzar
una resolución satisfactoria. Por lo general, este bloqueo ocurre en alguna de
las fases del proceso de duelo, lo que impide llegar al momento en que se logra
recolocar emocionalmente al ser querido y continuar con la vida.
Quien atraviesa un duelo crónico
suele tener consciencia de que algo no está bien. Sabe que no ha podido
superar la pérdida, siente que su vida no ha vuelto a la normalidad y que el
proceso ha quedado abierto o incompleto. Esta sensación de estancamiento
se puede manifestar como una constante percepción de vacío, una dificultad para
retomar actividades cotidianas, o la vivencia de que “algo falta” y no se puede
dejar atrás. El dolor no se transforma, sino que permanece activo y
genera un malestar persistente que impide avanzar.
Para comprender por qué este tipo
de duelo se prolonga, es importante tener en cuenta los mediadores del duelo,
es decir, los factores que influyen en su evolución. Entre ellos se encuentran
la intensidad del vínculo con la persona fallecida, la existencia de relaciones
de fuerte dependencia emocional, y las circunstancias especialmente traumáticas
que rodearon la pérdida. Estos elementos pueden dificultar el tránsito natural
del duelo y contribuir a su cronificación.
Además, resulta fundamental
identificar qué tarea del duelo no ha podido completar la persona. Según
el modelo propuesto por William Worden, existen cuatro tareas principales:
aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones asociadas al duelo,
adaptarse a un entorno en el que la persona fallecida ya no está, y recolocar
emocionalmente al ser querido para poder continuar con la vida. Estas tareas
ofrecen una guía útil para detectar dónde se produjo el bloqueo y, a partir de
allí, orientar un acompañamiento que permita a la persona avanzar en su
proceso.
2. Duelo retrasado o pospuesto
El duelo retrasado,
también conocido como pospuesto, reprimido o inhibido, no significa que
la persona no experimente dolor, sino que sus reacciones emocionales son
parciales o insuficientes para elaborar adecuadamente la pérdida.
Este tipo de duelo puede presentarse, por ejemplo, cuando los sentimientos que
surgen en el momento de la pérdida son tan intensos o abrumadores que la
persona no logra afrontarlos de inmediato. Esto suele ocurrir específicamente
en situaciones traumáticas, como suicidios, homicidios o muertes múltiples,
donde el impacto emocional es tan fuerte que el proceso de duelo se pospone, de
forma consciente o inconsciente.
Generalmente, este duelo está
relacionado con dificultades para expresar las emociones. Puede deberse
a la falta de apoyo o contención emocional, lo que provoca que la persona tenga
un estilo evitativo y solo manifieste su dolor de manera muy limitada o “a
cuentagotas”. En consecuencia, no puede conectarse plenamente con el duelo y se
queda en un estado intermedio, sin avanzar en la elaboración del proceso.
Lo particular del duelo retrasado
es que estas emociones reprimidas o no expresadas pueden reactivarse ante
una pérdida posterior. Por ejemplo, un divorcio, la muerte de una mascota,
un aborto o incluso situaciones que parecen menos significativas pueden
desencadenar una reacción emocional intensa, como un llanto desmedido, que
puede no corresponder con la pérdida actual.
Es importante entender que el
proceso de duelo y la asimilación de una pérdida ocurren tarde o temprano; el
duelo no desaparece, sino que queda pendiente hasta que se pueda trabajar y
expresar. Por eso, al acompañar a alguien en duelo, es fundamental investigar
cómo vivió pérdidas anteriores para comprender mejor su perfil y la manera en
que ha manejado sus duelos previos.
3. Duelo exagerado
El duelo exagerado se
caracteriza por una intensidad emocional tan elevada que la persona se
siente abrumada e imposibilitada para afrontar la situación. Si bien está
profundamente conectada con su dolor, esta intensidad se puede volver tan
grande que interfiere significativamente con la funcionalidad de su vida
cotidiana.
En muchos casos, la persona es
consciente de su sufrimiento y de que no está logrando manejarlo adecuadamente.
Puede recurrir a conductas inadaptadas, como el consumo de alcohol o
sustancias, que a corto plazo parecen aliviar, pero que a la larga terminan
siendo perjudiciales.
La sintomatología en este
tipo de duelo es excesiva y disfuncional, y en algunos casos puede
acercarse o incluso implicar trastornos psicológicos o mentales. Cuando la
intensidad del sufrimiento es muy alta, el duelo puede evolucionar hacia
cuadros clínicos más graves, como depresión profunda, ataques de pánico o
conductas fóbicas.
Dado que el duelo exagerado puede
involucrar trastornos psiquiátricos importantes, es fundamental que la persona
reciba un acompañamiento especializado, como la terapia de duelo, para ayudarle
a procesar su pérdida de manera saludable y evitar complicaciones mayores.
4. Duelo enmascarado
El duelo enmascarado
ocurre cuando la persona reprime la expresión emocional de la pérdida.
Es decir, no manifiesta abiertamente su dolor ni reconoce que está atravesando
un proceso de duelo. Sin embargo, ese sufrimiento no desaparece, sino que se expresa
de forma indirecta, muchas veces a través del cuerpo.
En estos casos, suelen aparecer
lo que se llaman equivalentes somáticos: síntomas físicos que
representan emociones no expresadas. Entre los más comunes se encuentran palpitaciones,
dolores de estómago, migrañas, o malestares generales sin causa
médica clara. En situaciones más complejas, estos síntomas pueden derivar en
cuadros más graves.
La persona no reconoce que su
malestar tiene que ver con una pérdida. No hay una asociación consciente
entre lo que siente —física o emocionalmente— y el proceso de duelo. Vive los
síntomas, sufre las consecuencias, pero no los vincula con lo emocional,
con lo no dicho o no elaborado.
Algunas personas tienden a canalizar
el duelo a través del cuerpo, especialmente, cuando les resulta difícil
conectar con lo emocional o expresar su dolor. Por eso, en estos casos, el
trabajo terapéutico consiste en ayudar a identificar la pérdida subyacente
y facilitar la conexión con el sufrimiento emocional que ha quedado oculto o
tapado.
En lo que sigue, se presenta un
cuadro comparativo que resume las principales características, semejanzas y
diferencias entre las distintas reacciones de duelo complicado
propuestos por William Worden. Este ejercicio permite identificar sus principales
contrastes en términos de expresión emocional, el nivel de conciencia del
doliente y las posibles consecuencias, facilitando así su comprensión y posterior
abordaje.
Cuadro comparativo entre las distintas reacciones de duelo
Reacciones de duelo |
Características principales |
Expresión emocional |
Conciencia del duelo |
Posibles riesgos |
Diferencias clave |
Crónico o
prolongado |
Duelo que se
extiende durante meses o años, sin resolución. El proceso se estanca. |
Presente,
pero no evoluciona |
La persona
sabe que no ha superado la pérdida. |
Depresión,
aislamiento, estancamiento vital |
La persona
queda "atascada" en una fase. |
Retrasado
o pospuesto |
Emociones no
expresadas en su momento. El duelo reaparece tiempo después, ante otra
pérdida o evento significativo. |
Emoción
contenida, limitada o mínima |
La persona
no siempre reconoce el vínculo con la pérdida original. |
Reacciones
emocionales desmesuradas ante pérdidas posteriores |
La respuesta
aparece más tarde, no en el momento de la pérdida. |
Exagerado |
Reacción
intensa y desbordante. Emociones que abruman e inutilizan. |
Muy intensa |
La persona
reconoce el dolor, pero no puede manejarlo. |
Conductas de
riesgo, depresión, crisis de ansiedad. |
El
sufrimiento supera lo esperable. |
Enmascarado |
Emociones
reprimidas que se manifiestan a través del cuerpo u otras conductas. |
No
reconocida como tal |
La persona
no relaciona sus síntomas con el duelo. |
Síntomas
somáticos, problemas conductuales, somatización. |
El duelo no
se expresa como tal, sino a través de otros síntomas. |
Dicho lo anterior, William Worden distingue entre el counseling y la terapia en el abordaje del duelo. El counseling o asesoramiento está orientado a acompañar a personas que atraviesan una pérdida reciente, con el objetivo de facilitar un proceso saludable y prevenir complicaciones futuras. En cambio, la terapia está indicada cuando el duelo ya presenta dificultades importantes, como en los casos de reacciones de duelo crónico, retrasado, enmascarado o exagerado, y se centra en identificar y resolver los conflictos que bloquean la elaboración del duelo.
Para concluir, el duelo, en todas sus formas, es una experiencia profundamente humana que atraviesa a cada persona de manera única. Sin embargo, cuando ese proceso se bloquea, se prolonga, se reprime o se intensifica desmedidamente, puede transformarse en un duelo complicado que requiere ser escuchado y acompañado con mayor profundidad. Comprender las distintas reacciones de duelo que propone William Worden —crónico, retrasado, exagerado y enmascarado— nos ayuda no solo a nombrar lo que sucede, sino también a intervenir de forma más respetuosa y efectiva.
En una cultura que muchas veces apresura el dolor y minimiza la necesidad de elaborarlo, es importante preguntarnos cómo nos relacionamos con nuestras propias pérdidas, si somos capaces de reconocer cuándo el dolor se vuelve inmanejable, y si sabemos pedir ayuda cuando sentimos que no podemos solos. También es importante reflexionar sobre nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno: ¿Somos capaces de reconocer señales en otros de un duelo complicado? Estas cuestiones no tienen respuestas rápidas, pero invitan a mirar el duelo desde un lugar más profundo, más humano. Porque acompañar a alguien en su pérdida —o acompañarse a uno mismo— no es acelerar el cierre, sino crear espacio para que el dolor tenga sentido, y desde ahí, poco a poco, dar lugar a la transformación.
Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).
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