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domingo, 22 de junio de 2025

Cuaderno de lo irreversible – Cuando los duelos se complican

junio 22, 2025 Posted by Matías No comments

Cada persona vive el duelo de manera única, pero no todos los procesos siguen un curso natural o esperable. En algunos casos, el duelo puede complicarse. Esto ocurre, por ejemplo, cuando la persona se siente desbordada emocionalmente, cuando el dolor se vuelve excesivamente intenso o prolongado, cuando aparecen conductas que alivian momentáneamente pero que resultan perjudiciales a largo plazo, o cuando el proceso se estanca sin avanzar hacia la aceptación y la adaptación a la pérdida. Si bien no existe un único síntoma o signo que indique con certeza que un duelo se ha complicado, existen ciertas señales a tener en cuenta: la intensidad de las reacciones emocionales, su duración en el tiempo y el impacto negativo que tienen en la vida cotidiana de la persona. Como referencia general, si después de un año no se observan avances significativos en el proceso, se podría sospechar la presencia de un duelo complicado. Es importante aclarar que no hablamos de “duelo patológico”, ya que esto podría generar estigmatización. Tampoco nos referimos a un "duelo difícil", que suele estar relacionado con las circunstancias particulares de la pérdida. En este caso, en particular, hablamos de una complicación en el proceso natural del duelo, que puede requerir acompañamiento y apoyo especializado.

El psicólogo William Worden opta por hablar de duelo complicado en lugar de duelo anormal, porque considera que el dolor que acompaña al duelo no debe verse como algo fuera de lo común. En ese sentido, resalta que cada individuo vive el duelo de forma diferente, y por eso es fundamental respetar y comprender la experiencia única de cada persona. Asimismo, Worden caracteriza distintas reacciones que permiten diferenciar la forma en que se altera o interrumpe el proceso natural o esperable de elaboración de la pérdida. Esas son reacciones de duelo crónico o prolongado, duelo retrasado o pospuesto, duelo exagerado y duelo enmascarado. Estas reacciones presentan características particulares que pueden dificultar la adaptación a la pérdida y, en muchos casos, requieren acompañamiento terapéutico para ser elaboradas adecuadamente.

1. Duelo crónico o prolongado

El duelo crónico o prolongado se presenta cuando el proceso de duelo se desvía de lo que culturalmente se considera un “curso normal”, tanto en su duración como en la intensidad de las emociones implicadas. En estos casos, el duelo se estanca y se puede prolongar durante meses o incluso años, sin que la persona logre alcanzar una resolución satisfactoria. Por lo general, este bloqueo ocurre en alguna de las fases del proceso de duelo, lo que impide llegar al momento en que se logra recolocar emocionalmente al ser querido y continuar con la vida.

Quien atraviesa un duelo crónico suele tener consciencia de que algo no está bien. Sabe que no ha podido superar la pérdida, siente que su vida no ha vuelto a la normalidad y que el proceso ha quedado abierto o incompleto. Esta sensación de estancamiento se puede manifestar como una constante percepción de vacío, una dificultad para retomar actividades cotidianas, o la vivencia de que “algo falta” y no se puede dejar atrás. El dolor no se transforma, sino que permanece activo y genera un malestar persistente que impide avanzar.

Para comprender por qué este tipo de duelo se prolonga, es importante tener en cuenta los mediadores del duelo, es decir, los factores que influyen en su evolución. Entre ellos se encuentran la intensidad del vínculo con la persona fallecida, la existencia de relaciones de fuerte dependencia emocional, y las circunstancias especialmente traumáticas que rodearon la pérdida. Estos elementos pueden dificultar el tránsito natural del duelo y contribuir a su cronificación.

Además, resulta fundamental identificar qué tarea del duelo no ha podido completar la persona. Según el modelo propuesto por William Worden, existen cuatro tareas principales: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones asociadas al duelo, adaptarse a un entorno en el que la persona fallecida ya no está, y recolocar emocionalmente al ser querido para poder continuar con la vida. Estas tareas ofrecen una guía útil para detectar dónde se produjo el bloqueo y, a partir de allí, orientar un acompañamiento que permita a la persona avanzar en su proceso.

2. Duelo retrasado o pospuesto

El duelo retrasado, también conocido como pospuesto, reprimido o inhibido, no significa que la persona no experimente dolor, sino que sus reacciones emocionales son parciales o insuficientes para elaborar adecuadamente la pérdida. Este tipo de duelo puede presentarse, por ejemplo, cuando los sentimientos que surgen en el momento de la pérdida son tan intensos o abrumadores que la persona no logra afrontarlos de inmediato. Esto suele ocurrir específicamente en situaciones traumáticas, como suicidios, homicidios o muertes múltiples, donde el impacto emocional es tan fuerte que el proceso de duelo se pospone, de forma consciente o inconsciente.

Generalmente, este duelo está relacionado con dificultades para expresar las emociones. Puede deberse a la falta de apoyo o contención emocional, lo que provoca que la persona tenga un estilo evitativo y solo manifieste su dolor de manera muy limitada o “a cuentagotas”. En consecuencia, no puede conectarse plenamente con el duelo y se queda en un estado intermedio, sin avanzar en la elaboración del proceso.

Lo particular del duelo retrasado es que estas emociones reprimidas o no expresadas pueden reactivarse ante una pérdida posterior. Por ejemplo, un divorcio, la muerte de una mascota, un aborto o incluso situaciones que parecen menos significativas pueden desencadenar una reacción emocional intensa, como un llanto desmedido, que puede no corresponder con la pérdida actual.

Es importante entender que el proceso de duelo y la asimilación de una pérdida ocurren tarde o temprano; el duelo no desaparece, sino que queda pendiente hasta que se pueda trabajar y expresar. Por eso, al acompañar a alguien en duelo, es fundamental investigar cómo vivió pérdidas anteriores para comprender mejor su perfil y la manera en que ha manejado sus duelos previos.

3. Duelo exagerado

El duelo exagerado se caracteriza por una intensidad emocional tan elevada que la persona se siente abrumada e imposibilitada para afrontar la situación. Si bien está profundamente conectada con su dolor, esta intensidad se puede volver tan grande que interfiere significativamente con la funcionalidad de su vida cotidiana.

En muchos casos, la persona es consciente de su sufrimiento y de que no está logrando manejarlo adecuadamente. Puede recurrir a conductas inadaptadas, como el consumo de alcohol o sustancias, que a corto plazo parecen aliviar, pero que a la larga terminan siendo perjudiciales.

La sintomatología en este tipo de duelo es excesiva y disfuncional, y en algunos casos puede acercarse o incluso implicar trastornos psicológicos o mentales. Cuando la intensidad del sufrimiento es muy alta, el duelo puede evolucionar hacia cuadros clínicos más graves, como depresión profunda, ataques de pánico o conductas fóbicas.

Dado que el duelo exagerado puede involucrar trastornos psiquiátricos importantes, es fundamental que la persona reciba un acompañamiento especializado, como la terapia de duelo, para ayudarle a procesar su pérdida de manera saludable y evitar complicaciones mayores.

4. Duelo enmascarado

El duelo enmascarado ocurre cuando la persona reprime la expresión emocional de la pérdida. Es decir, no manifiesta abiertamente su dolor ni reconoce que está atravesando un proceso de duelo. Sin embargo, ese sufrimiento no desaparece, sino que se expresa de forma indirecta, muchas veces a través del cuerpo.

En estos casos, suelen aparecer lo que se llaman equivalentes somáticos: síntomas físicos que representan emociones no expresadas. Entre los más comunes se encuentran palpitaciones, dolores de estómago, migrañas, o malestares generales sin causa médica clara. En situaciones más complejas, estos síntomas pueden derivar en cuadros más graves.

La persona no reconoce que su malestar tiene que ver con una pérdida. No hay una asociación consciente entre lo que siente —física o emocionalmente— y el proceso de duelo. Vive los síntomas, sufre las consecuencias, pero no los vincula con lo emocional, con lo no dicho o no elaborado.

Algunas personas tienden a canalizar el duelo a través del cuerpo, especialmente, cuando les resulta difícil conectar con lo emocional o expresar su dolor. Por eso, en estos casos, el trabajo terapéutico consiste en ayudar a identificar la pérdida subyacente y facilitar la conexión con el sufrimiento emocional que ha quedado oculto o tapado.

En lo que sigue, se presenta un cuadro comparativo que resume las principales características, semejanzas y diferencias entre las distintas reacciones de duelo complicado propuestos por William Worden. Este ejercicio permite identificar sus principales contrastes en términos de expresión emocional, el nivel de conciencia del doliente y las posibles consecuencias, facilitando así su comprensión y posterior abordaje.

Cuadro comparativo entre las distintas reacciones de duelo

Reacciones de duelo

Características principales

Expresión emocional

Conciencia del duelo

Posibles riesgos

Diferencias clave

Crónico o prolongado

Duelo que se extiende durante meses o años, sin resolución. El proceso se estanca.

Presente, pero no evoluciona

La persona sabe que no ha superado la pérdida.

Depresión, aislamiento, estancamiento vital

La persona queda "atascada" en una fase.

Retrasado o pospuesto

Emociones no expresadas en su momento. El duelo reaparece tiempo después, ante otra pérdida o evento significativo.

Emoción contenida, limitada o mínima

La persona no siempre reconoce el vínculo con la pérdida original.

Reacciones emocionales desmesuradas ante pérdidas posteriores

La respuesta aparece más tarde, no en el momento de la pérdida.

Exagerado

Reacción intensa y desbordante. Emociones que abruman e inutilizan.

Muy intensa

La persona reconoce el dolor, pero no puede manejarlo.

Conductas de riesgo, depresión, crisis de ansiedad.

El sufrimiento supera lo esperable.

Enmascarado

Emociones reprimidas que se manifiestan a través del cuerpo u otras conductas.

No reconocida como tal

La persona no relaciona sus síntomas con el duelo.

Síntomas somáticos, problemas conductuales, somatización.

El duelo no se expresa como tal, sino a través de otros síntomas.

Dicho lo anterior, William Worden distingue entre el counseling y la terapia en el abordaje del duelo. El counseling o asesoramiento está orientado a acompañar a personas que atraviesan una pérdida reciente, con el objetivo de facilitar un proceso saludable y prevenir complicaciones futuras. En cambio, la terapia está indicada cuando el duelo ya presenta dificultades importantes, como en los casos de reacciones de duelo crónico, retrasado, enmascarado o exagerado, y se centra en identificar y resolver los conflictos que bloquean la elaboración del duelo.

Para concluir, el duelo, en todas sus formas, es una experiencia profundamente humana que atraviesa a cada persona de manera única. Sin embargo, cuando ese proceso se bloquea, se prolonga, se reprime o se intensifica desmedidamente, puede transformarse en un duelo complicado que requiere ser escuchado y acompañado con mayor profundidad. Comprender las distintas reacciones de duelo que propone William Worden —crónico, retrasado, exagerado y enmascarado— nos ayuda no solo a nombrar lo que sucede, sino también a intervenir de forma más respetuosa y efectiva.

En una cultura que muchas veces apresura el dolor y minimiza la necesidad de elaborarlo, es importante preguntarnos cómo nos relacionamos con nuestras propias pérdidas, si somos capaces de reconocer cuándo el dolor se vuelve inmanejable, y si sabemos pedir ayuda cuando sentimos que no podemos solos. También es importante reflexionar sobre nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno: ¿Somos capaces de reconocer señales en otros de un duelo complicado? Estas cuestiones no tienen respuestas rápidas, pero invitan a mirar el duelo desde un lugar más profundo, más humano. Porque acompañar a alguien en su pérdida —o acompañarse a uno mismo— no es acelerar el cierre, sino crear espacio para que el dolor tenga sentido, y desde ahí, poco a poco, dar lugar a la transformación.

Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).

domingo, 15 de junio de 2025

Cuaderno de lo irreversible - Las formas del dolor: ¿por qué cada duelo es único?

junio 15, 2025 Posted by Matías No comments

Cuando una persona atraviesa la pérdida de un ser querido, el proceso de duelo que vive puede parecer, a simple vista, similar al de otros. Sin embargo, en la práctica, cada duelo es como un viaje a través de un paisaje distinto: algunos caminos son más áridos o empinados, otros más oscuros o nebulosos, algunos llenos de curvas inesperadas o imprevistas. Si bien el destino es, en algún punto, el mismo —adaptarse a la ausencia y reconstruir el sentido de la vida—, la ruta que cada persona recorre es profundamente única, marcada por emociones, tiempos y reacciones personales. 

Para comprender por qué cada individuo transita el duelo de manera tan distinta, el psicólogo J. William Worden propuso el concepto de mediadores del duelo. Estos mediadores son factores que influyen directamente en cómo una persona elabora su pérdida, y nos permiten entender por qué dos personas que han sufrido pérdidas similares pueden vivir procesos profundamente diferentes. Tener en cuenta estos mediadores —también llamados en ocasiones predictores— enriquece nuestra comprensión del duelo y permite un acompañamiento con mayor sensibilidad, empatía y respeto. Son, en definitiva, las circunstancias personales, relacionales y contextuales que rodean a la pérdida y que estructuran el modo en que cada uno enfrenta este proceso vital.

Mediador # 1: El parentesco o vínculo con la persona fallecida

Uno de los factores más influyentes en cómo una persona transita el duelo es el tipo de relación que tenía con quien falleció. No todas las pérdidas impactan de la misma manera: el grado de cercanía emocional y el rol que esa persona ocupaba en nuestra vida son elementos clave para comprender la profundidad del dolor.

Por ejemplo, la muerte de un abuelo de 98 años que vivió una vida larga y plena puede ser dolorosa, pero muchas veces es asumida como parte del ciclo natural de la vida. En cambio, la pérdida de un hijo de 12 años suele generar un impacto emocional de mucha profundidad, pues se trata de un vínculo muy íntimo y cotidiano, donde la ausencia deja un vacío difícil de integrar.

Este mediador no se refiere solo al parentesco, sino a la calidad y significación del vínculo emocional. En ese sentido, una persona podría duelar la muerte de alguien que no formaba parte de su familia, pero que ocupaba un lugar muy importante en su vida.

Por ejemplo, una persona que fue discípula de un mentor durante muchos años —alguien que la guió, inspiró y acompañó en su crecimiento personal o profesional— puede experimentar un duelo muy profundo cuando esa figura fallece. Lo mismo ocurre con quienes pierden a su terapeuta, con quien compartieron un proceso íntimo y sostenido de trabajo emocional durante bastante tiempo. Aunque estos vínculos no sean familiares, su pérdida puede sentirse tan intensa como la de un ser querido cercano, porque dejan una huella afectiva muy significativa en el doliente. Y ese dolor también merece ser nombrado, acompañado y validado.

En definitiva, no es el nombre del vínculo lo que determina la profundidad del duelo, sino el lugar emocional que esa persona ocupaba en nuestra vida. Comprender esto nos ayuda a legitimar todo tipo de pérdidas, incluso aquellas que socialmente pueden ser invisibilizadas o minimizadas. Por eso, más que preguntarnos “¿quién era para vos?”, tal vez deberíamos preguntar: “¿qué significaba para vos esa persona?”. Desde allí es posible acompañar con mayor sensibilidad y respeto el recorrido de cada duelo.

Mediador # 2: La naturaleza del apego

Este mediador se refiere a cómo era la relación real y emocional entre la persona doliente y quien ha fallecido. No se trata solo del vínculo formal (por ejemplo, “era mi madre” o “era mi pareja”), sino de la calidad del lazo afectivo, de la historia compartida, y del lugar emocional que esa persona ocupaba en la vida del doliente.

Uno de los aspectos clave es la intensidad del apego: cuanto más fuerte y profundo haya sido el vínculo, más intensa suele ser la experiencia del duelo. Por ejemplo, si alguien tenía con su pareja una relación muy cercana, de gran conexión emocional y presencia diaria, la pérdida puede generar una sensación de vacío abrumadora. También influye cuánta seguridad emocional brindaba esa persona: si el fallecido era una fuente de consuelo, estabilidad o guía en la vida del doliente, su ausencia puede sentirse como perder una base fundamental.

Otro aspecto importante es la ambivalencia emocional: algunas relaciones están marcadas por una mezcla de amor y dolor, cercanía y conflicto. En estos casos, pueden surgir emociones contradictorias como culpa, enojo, alivio o arrepentimiento. Por ejemplo, alguien que cuidó durante años a un padre con quien tenía una relación difícil puede sentir tristeza por la pérdida, pero también enojo por heridas no resueltas, o alivio por el fin de una etapa exigente. Estas emociones complejas son normales y forman parte del duelo.

También se debe considerar el grado de dependencia: si la persona fallecida era quien sostenía económicamente el hogar, resolvía las tareas cotidianas o era un fuerte apoyo emocional, la pérdida puede generar no solo dolor afectivo, sino también inseguridad práctica y desorientación vital. Por ejemplo, una mujer que pierde a su esposo después de décadas de convivencia puede enfrentarse no solo a la tristeza, sino también a aprender a manejar cuestiones de la vida diaria que antes no asumía sola.

En definitiva, la manera en que una persona amó, necesitó, confió o incluso sufrió en su vínculo con quien ha partido deja una huella directa en cómo transita su duelo. No se trata solo de cuánto se quería, sino de cómo se quería, qué papel cumplía esa persona en la vida cotidiana y emocional del doliente, y qué queda pendiente tras su partida. Cada vínculo es un mundo, y cada pérdida, una ruptura única de ese mundo. En este sentido, quizás una de las preguntas más humanas que podemos hacernos frente a un duelo sea: “¿Qué parte de vos se fue con esa persona?” y, al mismo tiempo, “¿Qué parte de ella sigue viva en vos?”. Porque desde ese lugar, empieza el verdadero trabajo de integrar lo perdido sin perderse en el intento.

Mediador # 3: La forma en que ocurrió la muerte

Otro factor que influye significativamente en el proceso de duelo es la manera en que falleció la persona. El tipo de muerte, las circunstancias en las que ocurrió y el nivel de impacto emocional que tuvo en el doliente son aspectos clave para comprender cómo se vivencia la pérdida.

Algunas muertes son esperadas y naturales, como cuando una persona mayor fallece tras una enfermedad larga. En estos casos, puede haber habido tiempo para prepararse emocionalmente, despedirse y cerrar ciertos asuntos. Pero otras muertes ocurren de forma repentina, traumática o inesperada, como en accidentes, suicidios u homicidios, lo cual suele generar un duelo más complejo, con emociones intensas como conmoción, incredulidad, culpa o enojo.

También existen las muertes múltiples, que suceden cuando varias personas significativas mueren en un corto período de tiempo. Por ejemplo, una familia que pierde a varios miembros en un accidente o una persona que, en el transcurso de un año, pierde a su madre, su pareja y un amigo cercano. Estos casos suelen provocar una sensación de sobrecarga emocional y dificultad para elaborar cada duelo de manera individual.

Otro aspecto importante es si la muerte fue evitable o percibida como tal. Cuando el doliente siente que se podría haber hecho algo para prevenir la muerte —como en algunos casos médicos, accidentes o decisiones personales—, pueden surgir fuertes sentimientos de culpa, frustración o impotencia.

Están también las llamadas muertes ambiguas, que son difíciles de procesar porque no hay una certeza clara sobre lo ocurrido. Esto puede suceder cuando no se encuentra el cuerpo, como en desapariciones, o cuando el cuerpo está presente pero la persona ya no se reconoce como tal, como en ciertas enfermedades neurodegenerativas. En estos casos, se tienen más dificultades para aceptar la pérdida.

Hay muertes que ocurren en contextos violentos, como un suicidio, una sobredosis o un crimen. En estas situaciones, el doliente no solo lidia con su propio dolor, sino también con el juicio social, la incomodidad del entorno o el silencio que muchas veces rodea estas pérdidas.

La proximidad emocional o física al momento de la muerte también puede influir: no es lo mismo haber acompañado a un ser querido en sus últimos momentos que enterarse de su fallecimiento a la distancia. Quienes no pudieron estar presentes —por razones geográficas, familiares o emocionales— a menudo enfrentan sentimientos de culpa, desconexión o dificultad para hacer real la pérdida.

En resumen, la forma en que ocurre la muerte no solo marca el final de una vida, sino que también condiciona profundamente el inicio del duelo. Las circunstancias del fallecimiento pueden abrir diferentes caminos emocionales: algunos más transitables, otros más abruptos, cargados de preguntas sin respuesta, silencios o heridas abiertas. Por eso, comprender este mediador nos ayuda a mirar con mayor empatía y sin juicios cómo cada persona afronta su pérdida. Tal vez la pregunta que debamos hacernos al acompañar un duelo no sea solo “¿cuándo murió?”, sino también “¿cómo fue vivir esa muerte para vos?”. Ahí se abren las puertas para un acompañamiento más humano, más justo, más sanador.

Mediador # 4: Antecedentes personales e históricos del doliente

Este mediador se refiere a la historia personal y emocional de quien atraviesa el duelo, especialmente a cómo estaba antes de la pérdida en términos de salud mental, experiencias anteriores y recursos personales. Estos factores influyen directamente en la manera en que la persona podrá enfrentar y elaborar su duelo.

Por ejemplo, alguien que ya venía atravesando una situación de depresión, ansiedad, o que estaba emocionalmente frágil, puede experimentar el duelo con más dificultad. También es importante saber si la persona está bajo tratamiento psicológico o psiquiátrico, si toma medicación, o si tiene antecedentes de trastornos emocionales que puedan agravarse tras la pérdida.

Otro aspecto clave es cómo la persona ha transitado duelos anteriores. ¿Ha perdido a otros seres queridos en el pasado? ¿Cómo logró afrontarlos? ¿Pudo atravesarlos de forma saludable, o quedaron asuntos no resueltos? Por ejemplo, alguien que hace unos años perdió a su pareja de manera repentina y no pudo elaborar ese duelo adecuadamente, puede revivir parte de ese dolor ante una nueva pérdida.

Este mediador también tiene que ver con la etapa vital y los recursos disponibles. No es lo mismo atravesar la pérdida de un ser querido a los 15 años, con poca experiencia y herramientas emocionales, que hacerlo a los 60, cuando quizás ya se han vivido otras pérdidas y se han desarrollado más recursos para comprender, aceptar y elaborar el duelo.

En definitiva, este mediador nos invita a mirar el “antes” del doliente: cómo llegaba emocionalmente a esta pérdida, qué aprendizajes o heridas trae consigo, y con qué fortalezas personales cuenta para afrontar este proceso tan complejo y humano.

Mediador # 5: Características de la personalidad del doliente

Cada persona vive el duelo de una manera única, y parte de esa diferencia se debe a las características de su personalidad. Este mediador abarca aspectos como la edad, el género, el estilo de afrontamiento, el estilo de apego, la autoestima, las creencias personales y los valores. Todos estos elementos influyen en cómo se procesa una pérdida y con qué recursos se enfrenta el dolor.

Por ejemplo, no es lo mismo el duelo en un niño, en un adolescente o en un adulto mayor. Un niño puede expresar el dolor a través del juego o el comportamiento, un adolescente puede volverse más rebelde o introspectivo, y un adulto mayor puede asociar la pérdida con el cierre de etapas o el miedo a la soledad.

En cuanto al estilo de afrontamiento, hay personas que tienden a actuar y mantenerse ocupadas como forma de lidiar con el dolor (por ejemplo, volcarse al trabajo o a la actividad constante). Otras son más emocionales, y necesitan hablar, llorar y compartir lo que sienten. También existen quienes tienden a evitar el dolor, refugiándose en el silencio, negando la pérdida o recurriendo a sustancias como el alcohol o la medicación sin supervisión.

El estilo de apego —es decir, la forma en que una persona se vincula afectivamente con los demás— también impacta en el duelo. Quienes tienden a establecer lazos seguros y confiables suelen afrontar la pérdida con mayor capacidad para buscar apoyo. En cambio, aquellos con estilos de apego más inseguros o evitativos pueden sentir más ansiedad, dificultad para confiar en los demás o tendencia al aislamiento.

A nivel cognitivo, algunas personas son más resilientes, optimistas o flexibles ante los cambios, mientras que otras tienden a pensamientos catastróficos, a quedarse atrapadas en recuerdos dolorosos o a no poder soltar imágenes intrusivas asociadas a la pérdida. Cuando el pensamiento se paraliza y no da lugar a la acción, el sufrimiento puede volverse más intenso y duradero.

La autoestima es otro factor importante. Si la persona ya venía con una imagen de sí misma debilitada o con dificultades emocionales previas, el duelo puede amplificar esos sentimientos. Por ejemplo, alguien que ya se sentía incapaz o con poco valor puede experimentar la pérdida como una confirmación de que no podrá seguir adelante.

Por último, el duelo también puede sacudir creencias y valores profundos. Algunas personas atraviesan verdaderas crisis espirituales o existenciales: pueden empezar a cuestionarse el sentido de la vida, la justicia, la existencia de Dios o la idea de destino. En cambio, quienes tienen una base espiritual sólida o una fe activa muchas veces encuentran en ella un sostén que les permite transitar el dolor con mayor serenidad.

En resumen, la personalidad actúa como un filtro a través del cual cada doliente interpreta, siente y responde a la pérdida. Conocer estos factores ayuda a comprender por qué un mismo tipo de pérdida puede vivirse de formas tan distintas.

Mediador # 6: Variables sociales

Este mediador se refiere a todo lo que rodea socialmente al doliente: los roles que ocupa en su entorno, los recursos espirituales o religiosos con los que cuenta, y, especialmente, el nivel de apoyo emocional y social que tiene disponible. Estos factores pueden influir de manera positiva o negativa en cómo se transita el proceso de duelo.

Uno de los elementos más importantes es el apoyo afectivo y social. Tener personas que acompañen, escuchen sin juzgar, estén presentes y contengan emocionalmente al doliente, puede marcar una gran diferencia. Por ejemplo, una persona que, tras la pérdida, se siente sostenida por familiares, amigos o compañeros que saben escuchar y respetan sus tiempos, probablemente transite el duelo con más recursos emocionales. Pero también puede ocurrir lo contrario: alguien puede estar rodeado de gente y aun así sentirse profundamente solo, incomprendido o incluso presionado a “superar” el dolor rápidamente. En esos casos, el apoyo no resulta satisfactorio, y el proceso puede volverse más difícil.

Otra variable social clave es la red de vínculos y roles activos. Cuando una persona tiene distintos espacios donde participa (como el trabajo, actividades sociales, amistades o comunidades religiosas), cuenta con más fuentes de contención y una estructura cotidiana que le ayuda a reorganizar su vida tras la pérdida. Por ejemplo, una madre que además de cuidar a su familia tiene una red de amigas, va a su comunidad religiosa y trabaja fuera de casa, probablemente encuentre más anclajes emocionales y prácticos para transitar el duelo.

En cambio, cuando alguien lleva una vida más aislada —por ejemplo, si solo se mueve entre la casa y el trabajo, con pocos lazos afectivos cercanos—, puede sentir que no tiene a dónde recurrir, lo que aumenta la sensación de soledad y hace que el duelo sea más desafiante.

También influyen las creencias espirituales o religiosas, que en muchos casos pueden actuar como un sostén muy importante. Por ejemplo, alguien que cree en la vida después de la muerte puede encontrar consuelo en pensar que su ser querido sigue presente de otra manera. La fe o la pertenencia a una comunidad religiosa puede ofrecer no solo una red de apoyo emocional, sino también rituales y significados que ayudan a procesar la pérdida.

Por último, hay que tener en cuenta la cultura familiar y comunitaria: en algunas familias se habla abiertamente del dolor y se realiza el duelo de manera compartida, mientras que en otras predomina el silencio o se deslegitiman ciertas emociones. Lo mismo ocurre con las culturas más amplias, donde las prácticas sociales y los rituales pueden facilitar o, por el contrario, obstaculizar la expresión del duelo.

En síntesis, las variables sociales actúan como el “tejido de contención” sobre el cual se apoya el doliente. Cuanto más rico, abierto y comprensivo sea ese entorno, más recursos tendrá la persona para procesar su pérdida y reconstruir su vida.

Mediador # 7: Pérdidas y tensiones concurrentes

El proceso de duelo rara vez ocurre en un vacío. Muchas veces, la muerte de un ser querido se entrelaza con otras situaciones difíciles o cambios importantes, lo que puede intensificar el dolor y dificultar su elaboración. A esto se lo llama pérdidas y tensiones concurrentes, y se refiere a todos aquellos eventos que suceden de forma simultánea o cercana al duelo y que suman carga emocional y práctica al proceso.

Por ejemplo, una persona que acaba de perder a su madre también puede estar enfrentando una mudanza forzada, un despido laboral o una crisis con su pareja. O alguien que atraviesa el fallecimiento de su esposo puede encontrarse, además, con la jubilación obligada, lo que implica una doble pérdida de compañía y de rol social. Estos eventos no solo complican el duelo, sino que muchas veces lo invisibilizan, porque el doliente se ve obligado a seguir funcionando en medio del colapso.

Incluso sin ser eventos dramáticos, los duelos paralelos también cuentan: dejar una casa compartida, cambiar rutinas, asumir nuevas responsabilidades o cuidar a otros familiares que también están atravesando la pérdida. Todo esto suma, y puede hacer que el doliente se sienta emocionalmente sobrepasado sin comprender del todo por qué.

Nombrar y reconocer estas tensiones concurrentes es clave. Cuando una persona logra identificar que no está viviendo un solo duelo, sino, a veces, varios al mismo tiempo, puede empezar a comprender con más claridad la intensidad de su malestar. Esto, lejos de victimizar, ayuda a validar el dolor, a aliviar la autoexigencia y a ubicar con más amabilidad lo que se siente. En este sentido, una buena pregunta para acompañar podría ser: “¿Qué otras cosas estás perdiendo, además de esa persona?” Porque a veces, entender la magnitud de lo que se está sosteniendo permite comenzar a soltar, de a poco, con mayor compasión hacia uno mismo.

Conclusión: Un duelo, muchas dimensiones

El duelo es mucho más que una reacción al dolor por la pérdida de un ser querido. Es un proceso complejo, único y profundamente influido por diversos factores personales, relacionales y contextuales. A través de los ocho mediadores del duelo propuestos por J. William Worden —el tipo de vínculo, la calidad del apego, la forma de la muerte, los antecedentes personales, las características de la personalidad, el entorno social, la red de apoyo y las tensiones concurrentes—, podemos comprender mejor por qué cada persona vive su duelo de manera tan distinta. Estos mediadores no son casilleros a completar, ni recetas a seguir, sino lentes que nos permiten mirar con mayor profundidad y sensibilidad cada experiencia de pérdida. Nos recuerdan que no todos parten del mismo lugar ni cuentan con los mismos recursos. Por eso, el duelo no puede ser medido por plazos, ni comparado, ni apurado. Quizás la pregunta más importante no sea solo “¿a quién perdiste?”, sino “¿cómo te atraviesa esa pérdida?”. Y desde ahí, construir un acompañamiento que respete el tiempo, la historia y la dignidad de cada doliente. Porque al final, duelar es también un acto de amor: hacia quien se fue, pero también hacia quien queda, intentando recomponer su mundo.

Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).

Cuaderno de lo irreversible - ¿Y ahora qué hago con este dolor? Reconstruyendo nuestra casa interior

junio 15, 2025 Posted by Matías No comments

Cuando perdemos a un ser querido, sentimos de repente como si nuestra casa interior se hubiera venido abajo. Lo que hasta ese momento era sólido o seguro, se derrumba por completo, y nos encontramos en medio de los escombros: recuerdos, hábitos, vínculos y rutinas que ya no encajan en la nueva realidad. Sentimos que no sabemos cómo habitar nuestra casa en esas condiciones. En medio de ese desconcierto tan humano y universal, el psicólogo estadounidense J. William Worden propuso un modelo que actúa como una hoja de ruta para la reconstrucción. Su teoría, ampliamente reconocida, sostiene que el duelo no es simplemente algo que “nos sucede”, sino un proceso activo que requiere compromiso y participación por parte de quien transita la pérdida. Worden plantea cuatro tareas fundamentales que cada persona debe afrontar para poder adaptarse a la pérdida y seguir adelante con sentido: (1) aceptar la realidad de la pérdida, (2) elaborar el dolor emocional, (3) adaptarse a un mundo sin la persona fallecida, y (4) encontrar una conexión duradera con quien ha partido mientras se reinvierte en una nueva vida.

A diferencia de otros modelos más pasivos, esta propuesta invita a cada persona doliente a tomar un rol activo en su propio proceso de sanación. No se trata de olvidar ni de "cerrar una etapa" como si nada hubiera pasado. Se trata de reconstruir nuestra casa interior, sin negar lo que se ha perdido, sino integrando esa ausencia en una nueva estructura emocional, en la que el ser querido tenga un lugar amoroso y significativo. Cada tarea del duelo es como una etapa de esa reconstrucción: primero despejamos los escombros del derrumbe, luego comenzamos a reconocer lo que aún tenemos, después rediseñamos nuevos espacios para la vida, y finalmente encontramos una forma de seguir habitando ese hogar interno donde el amor permanece, aunque el paisaje haya cambiado para siempre. En lo que sigue, se amplia el alcance de cada tarea y se precisa qué facilita y qué dificulta cada una de ellas.

Tarea #1: Aceptar la realidad de la pérdida

La primera tarea en el proceso del duelo consiste en aceptar que la pérdida es real. Esto implica no solo comprenderlo a nivel racional o intelectual, sino también a nivel emocional, lo cual suele ser mucho más difícil y profundo.

Aceptar racionalmente la pérdida significa reconocer con claridad los hechos: entender que la muerte ha ocurrido, comprender que ya no veremos ni hablaremos con esa persona, y reconocer los cambios concretos que esto implica en nuestra vida cotidiana. Esta aceptación puede aparecer pronto, pero también puede negarse o diluirse con pensamientos como "parece que en cualquier momento va a entrar por la puerta" o "esto no puede estar pasando".

Aceptar emocionalmente la pérdida, en cambio, es permitirnos sentir el dolor de esa ausencia. Es vivir la tristeza, la rabia, la incredulidad, o incluso la culpa, sin reprimir ni evitar esas emociones. Significa darle un espacio real a lo que sentimos, sin juzgarnos ni pretender que estamos "bien" antes de tiempo.

Solo cuando aceptamos que la persona no está y no volverá, y nos damos permiso para sentir todo lo que eso nos provoca, podemos comenzar a transitar el camino de la sanación. Este es el primer paso esencial para elaborar un duelo sano.

Qué facilita aceptar la realidad de la pérdida

  • Hablar sobre la muerte libera y ordena
Conversar sobre lo ocurrido, especialmente relatar los momentos finales, es algo que muchas personas en duelo hacen de forma repetitiva. Esta repetición no solo es natural, sino también necesaria: hablar una y otra vez permite bajar la intensidad emocional, ayuda a procesar el dolor, da estructura a lo vivido y permite que la muerte comience a ser una realidad integrada y asumida. 

  •  Participar en rituales funerarios

Los rituales, como los funerales o ir al cementerio, cumplen una función clave. Nos obligan a enfrentar la realidad de la pérdida y nos brindan un espacio para expresar emociones, compartir recuerdos y reflexionar sobre la vida de quien se ha ido. Estos actos ayudan a concretar que la muerte ha ocurrido, y son un primer paso para empezar a elaborar el duelo. 

Qué dificulta aceptar la realidad de la pérdida

  • Hablar del fallecido como si aún viviera

Usar el presente al referirse a la persona fallecida puede ser una forma inconsciente de negar la pérdida. Aunque es comprensible al inicio, si se mantiene en el tiempo, impide avanzar en la aceptación.

  • Guardar sus pertenencias como si fuera a volver (“momificación”)

Conservar sus objetos intactos, como si la persona fuera a regresar en cualquier momento, es una forma de negación. Si bien al principio puede dar consuelo, mantenerlo por años obstaculiza la aceptación de la ausencia definitiva.

  • Eliminar todos los recuerdos abruptamente

Tirar o esconder todo lo relacionado con la persona fallecida como si nunca hubiera existido es el extremo opuesto de la "momificación". Es una manera de evitar el dolor, pero también impide un duelo sano, ya que borra los lazos y evita el proceso de despedida.

  • Minimizar la importancia de la relación

Decir frases como “no éramos tan cercanos” o “no era tan buena persona” puede ser una forma de auto-protección, pero también bloquea el reconocimiento del impacto emocional real de la pérdida. Esto se conoce como olvido selectivo y dificulta elaborar el duelo de forma auténtica.

  • Ver al fallecido en otra persona

A veces, quien está en duelo proyecta la imagen del fallecido en otra persona —un hijo, un amigo, un conocido— como si, simbólicamente, siguiera vivo en ella. Esta “distorsión” puede aliviar momentáneamente el dolor, pero a largo plazo impide aceptar la ausencia real. 

  • Negar que la muerte es definitiva

Aferrarse a la esperanza de un reencuentro inmediato o literal con el ser querido puede ser una forma de negar que la muerte es irreversible. Aunque la espiritualidad y la fe pueden dar consuelo, si se usan para negar la pérdida en lugar de afrontarla, bloquean el proceso de aceptación.

Tarea #2: Elaborar el dolor de la pérdida

Elaborar el dolor significa permitirse sentir y expresar lo que realmente ocurre en el interior: tristeza, rabia, miedo, confusión, incluso alivio o culpa. Todas estas emociones forman parte del proceso, y ninguna es “incorrecta”. Lo importante es reconocerlas, darles espacio y permitir que salgan de forma saludable. Muchas veces, resulta tentador evitar ese dolor: distraerse, evadirse o reprimir lo que se siente puede parecer una salida más fácil. Sin embargo, ignorar o bloquear estas emociones solo posterga el proceso de sanación y, con el tiempo, puede transformar el dolor natural en un sufrimiento profundo que afecta tanto la salud emocional como física.

La elaboración del dolor suele ser bastante demandante a nivel emocional, con lo cual, es fundamental cuidar el cuerpo y la rutina cotidiana. Comer bien, dormir lo suficiente, realizar actividad física, evitar el aislamiento y mantenerse en contacto con personas de confianza son formas concretas de autocuidado que ayudan a sostenerse mientras se atraviesa el dolor. La compañía cercana y la escucha empática de familiares o amistades puede ser tan importante como el apoyo profesional. Contar con un terapeuta especializado en duelo o participar en un grupo de apoyo, si se siente necesario, puede ofrecer contención, herramientas y un espacio seguro para transitar esta etapa con mayor sostén.

Qué facilita elaborar el dolor de la pérdida

  • Ponerle nombre a lo que se siente

Expresar las emociones con claridad —por ejemplo, decir “me siento triste”, “estoy enojado” o “tengo miedo”— ayuda a tomar conciencia de lo que estamos viviendo. Nombrar lo que sentimos nos da cierto control y nos permite empezar a gestionarlo, en lugar de sentirnos abrumados por emociones sin forma

  • Aceptar los sentimientos sin juzgarlos

Es fundamental permitirnos sentir sin reprimir ni juzgar lo que aparece. El dolor, la rabia o la inseguridad no son señales de debilidad, sino respuestas humanas ante la pérdida. Aceptarlas es parte del camino hacia la sanación.

  • Dar espacio a todas las emociones

Un duelo sano no significa evitar el dolor, sino atravesarlo. Poder expresar los sentimientos —llorar, hablar, escribir o compartir— de manera constructiva es lo que permite que ese dolor se transforme poco a poco. Negar o reprimir las emociones solo las intensifica con el tiempo.

Qué dificulta elaborar el dolor de la pérdida

  • Bloquear o negar los sentimientos

Evitar el dolor, negar que se está sufriendo o aferrarse solo a pensamientos positivos es una forma de desconexión emocional. A corto plazo puede parecer útil, pero impide procesar lo que realmente se está viviendo.

  • Idealizar al fallecido

Recordar solo lo bueno y negar cualquier aspecto negativo o realista de la relación puede dificultar el duelo. El proceso necesita de una visión equilibrada para poder cerrar ciclos de forma auténtica.

  • Refugiarse en el alcohol o las drogas

El uso de sustancias para "anestesiar" el dolor puede convertirse en una forma peligrosa de evasión. Aunque puede dar alivio momentáneo, a largo plazo impide conectar con las emociones necesarias para sanar.

  • Realizar una “cura geográfica”

Cambiar constantemente de lugar, mudarse o viajar con la esperanza de dejar atrás el dolor suele ser una forma de escape emocional. El duelo viaja con nosotros, y tarde o temprano, las emociones necesitan ser enfrentadas donde sea que estemos.

Tarea #3: Adaptarse a un nuevo mundo sin el ser querido

Una vez atravesadas las primeras etapas del duelo, llega el momento de comenzar a reorganizar la vida cotidiana sin la presencia física de la persona fallecida. Esta tarea implica hacer ajustes tanto externos (en la rutina, las responsabilidades y los roles) como internos (en la identidad, en la forma de ver el mundo y en la relación emocional con la pérdida).

Cuando alguien cercano muere, muchas veces deja vacíos concretos: tareas que realizaba, decisiones que tomaba, roles que ocupaba dentro de la familia o el entorno. Ahora, el doliente debe asumir parte o la totalidad de esas funciones, lo cual requiere un proceso de aprendizaje, adaptación y, en muchos casos, redefinición de su propio rol. Este reajuste puede ser especialmente complejo si el fallecido tenía un papel central en la vida diaria: una pareja, un padre o madre, un hijo o un amigo muy cercano. En esos casos, no solo se pierden acciones o rutinas concretas, sino también parte del sentido o del equilibrio emocional que esa relación aportaba.

Adaptarse no significa olvidar, sino aprender a vivir con la ausencia. Es un proceso gradual, en el que se van reconociendo los vacíos —reales y simbólicos— que la muerte ha dejado, al mismo tiempo que se busca reconstruir una vida que vuelva a tener estructura, significado y dirección.

Qué facilita la adaptación

  • Tomarse el tiempo necesario para adaptarse

Este proceso no ocurre de un día para otro. Es normal que la reorganización de la vida lleve tiempo y se dé de forma gradual.

  • Reconocer y activar los propios recursos

Identificar fortalezas personales, habilidades, intereses y redes de apoyo es clave para comenzar a reestructurar la vida cotidiana. Volver a involucrarse en actividades —especialmente las que promueven bienestar, como las lúdicas, creativas o al aire libre— puede ayudar a generar nuevas rutinas más saludables y significativas.

  • Reconstruir la rutina con hábitos positivos

La adaptación se facilita cuando la persona va incorporando nuevas conductas que promueven el bienestar físico, emocional y social. La meta no es "reemplazar" al ser querido, sino reconstruir una cotidianeidad que pueda sostenerse en esta nueva etapa de vida.

Qué dificulta la adaptación

  • Negarse a asumir nuevos roles y responsabilidades

Cuando la persona se resiste a aceptar los cambios que la pérdida impone (por ejemplo, hacerse cargo de tareas que antes no realizaba), el proceso de adaptación se detiene. Esta lucha interna impide avanzar.

  • Fomentar una actitud de impotencia

Creer que no se es capaz de seguir adelante o que todo lo que daba sentido a la vida se ha perdido, alimenta el estancamiento. La sensación de incapacidad puede convertirse en una barrera importante para el ajuste.

  • Pérdida de identidad

En muchos casos, la identidad de una persona está fuertemente ligada a la relación que mantenía con el ser querido. Por ejemplo, quien se definía principalmente como “esposo”, “madre” o “cuidadora”. La muerte puede hacer tambalear ese sentido del yo. Si no se trabaja en una reconstrucción personal, este vacío identitario puede frenar la adaptación.

  • Aislamiento social

Alejarse de los demás, evitar contactos o cerrarse al mundo exterior puede generar más sufrimiento. El aislamiento impide la conexión con nuevas experiencias, personas y oportunidades que podrían ayudar a reconstruir una nueva vida con sentido.

Tarea #4: Reubicar emocionalmente al ser querido fallecido

La última tarea del duelo, según William Worden, consiste en encontrar una nueva forma de vincularse emocionalmente con la persona fallecida. Reubicar emocionalmente al ser querido es mantener una conexión interna y amorosa con esa persona, a través del recuerdo, del pensamiento, de lo aprendido junto a ella, sin dejar que esa conexión nos impida abrirnos al mundo, al cambio y al crecimiento. Es encontrar un lugar donde esa persona pueda seguir acompañándonos, pero sin detener nuestro camino, sin quedar anclados al pasado ni impedirnos seguir viviendo.

Esta tarea implica transformar el vínculo: pasar del dolor agudo por la ausencia física a una relación más serena, basada en los recuerdos, los aprendizajes compartidos y el amor que permanece. No se trata de olvidar, ni de "superar" en el sentido de dejar atrás, sino de integrar la pérdida de forma saludable en nuestra vida emocional.

A medida que avanzamos en este proceso, comenzamos a dirigir nuestra energía hacia el presente: retomamos antiguos intereses, cultivamos nuevas relaciones, nos abrimos a proyectos o actividades significativas. Esta transición no significa que dejamos de amar a quien murió, sino que aprendemos a vivir con su recuerdo en el corazón, al mismo tiempo que damos espacio a lo que la vida nos sigue ofreciendo.

Qué facilita reubicar emocionalmente al ser querido

  • Recordar sin quedar atrapado en el dolor

Permitirse evocar al ser querido con amor, hablar de él o ella, mirar fotos, escribir recuerdos o rendir homenajes simbólicos ayuda a mantener una conexión emocional saludable.

  • Retomar o iniciar proyectos personales

Volver a involucrarse en actividades significativas, desarrollar nuevos intereses o metas personales permite que la atención comience a dirigirse hacia el presente y el futuro, sin dejar de lado el recuerdo del ser amado.

  • Aceptar que el vínculo continúa de otra manera

Reconocer que el amor y los recuerdos perduran, aunque la persona ya no esté físicamente, facilita una nueva forma de relación interna, más simbólica pero igualmente valiosa.

Qué dificulta reubicar emocionalmente al ser querido

  • Aferrarse a la idea de que "seguir adelante" es traicionar

Creer que disfrutar la vida, volver a reír o amar significa olvidar o deshonrar al ser querido puede generar culpa y bloquear el proceso de reubicación emocional.

  • Mantener una atención constante en la pérdida

Centrarse únicamente en lo que ya no está —la ausencia, el dolor, el vacío— sin dar espacio a nuevas experiencias, impide integrar la pérdida y construir una vida significativa después de ella.

  • Desconectarse emocionalmente

Evitar compartir recuerdos, no hablar de la persona fallecida o cerrarse a los demás puede dificultar la elaboración del vínculo simbólico que permite seguir adelante con el recuerdo presente, pero sin el sufrimiento constante.

El modelo de las tareas del duelo propuesto por William Worden nos recuerda que el proceso de sanar tras una pérdida no sigue un camino recto ni predecible. Cada persona transita el duelo a su propio ritmo, condicionado por la profundidad del vínculo, sus recursos emocionales, su historia de vida y el contexto de la pérdida. Es natural avanzar, retroceder o permanecer en una tarea más tiempo que en otra. Lo importante no es cumplirlas “a tiempo”, sino darles el espacio necesario para que cumplan su función transformadora. Las emociones que surgen durante este proceso pueden ser intensas y dolorosas, pero son también una oportunidad para crecer, resignificar y construir una nueva manera de estar en el mundo. Negar o evitar estas tareas puede dejarnos anclados en el sufrimiento, impidiendo integrar la pérdida en nuestra historia. En cambio, abrazar el dolor, honrar el vínculo y reconstruir la vida con sentido nos abre a una forma más profunda de amor y madurez emocional. Al completar estas tareas, no dejamos atrás a quien hemos perdido, sino que aprendemos a llevarlo de otra manera, dentro de nosotros, mientras seguimos caminando hacia una vida nueva

Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).