viernes, 24 de febrero de 2023

La ética de la personalidad y la ética del carácter – Stephen Covey

febrero 24, 2023 Posted by Matías No comments
Podemos estar abocados, durante mucho tiempo, a cambiar actitudes, hábitos o conductas poco deseables en nosotros. Por ejemplo, nos podemos proponer dejar de fumar, reducir la dosis diaria de cafeína, disminuir el consumo de comida chatarra, alejarnos del sedentarismo o bajar los niveles cotidianos de estrés. Si bien los esfuerzos que realicemos pueden ser efectivos en el corto plazo, puede que no se sostengan en el largo plazo. Covey comenta, siguiendo a Henry David Thoreau, que solo podemos efectuar cambios significativos en el árbol que suponen nuestras vidas, cuando dejamos de trabajar en sus hojas (actitudes, hábitos o conductas) y nos enfocamos, más bien, en sus raíces (paradigmas). En ese sentido, piensa una distinción fundamental entre la ética de la personalidad y la ética del carácter para explicar cuán superficiales o duraderos son los cambios que encaramos, sobre la base de dos experiencias cardinales que atravesó en lo personal: una situación familiar y un trabajo académico.

Por: Matías A. Wersocky. 23 de febrero de 2023.


Stephen Covey es considerado un gurú en el mundo de los negocios o también, a veces, un filósofo del management. Obtuvo una Maestría en Administración de Negocios en la Harvard Business School y un Doctorado en Educación Religiosa en la Brigham Young University, en donde fue profesor de Comportamiento Organizacional y Dirección de Empresas. En el capítulo 1 ‘Paradigmas y Principios. De adentro hacia afuera’ del libro Los 7 hábitos para la gente altamente efectiva, un bestseller internacional, Covey entrelaza las éticas que estuvieron asociadas a la concepción de éxito en la literatura norteamericana contemporánea para entender y desafiar los cristales o las lentes desde la que Sandra (su esposa) y él interpretaron y encararon una situación de preocupación con su hijo en la escuela.

La ética del carácter, en contraposición a la ética de la personalidad, se encuentra arraigada en las profundidades de las personas altamente efectivas. Si bien resulta esencial conocer cuáles son los contrastes entre ambas éticas, empezaremos por describir cuál fue el contexto en el que ellas surgieron. Básicamente, Covey desarrolló ambos conceptos, a partir de la confluencia de dos experiencias de muy distinta índole: por un lado, una experiencia familiar, que expresaba una preocupación del matrimonio de Stephen (Covey) y Sandra respecto a un momento de dificultad que atravesaba su hijo en la escuela; y, por otro lado, una experiencia académica que le implicó a Stephen encarar una revisión bibliográfica acerca del éxito en la literatura norteamericana en el período comprendido entre 1776 y 1976. En lo que sigue, nos adentraremos en mayores detalles respecto a cada experiencia.

En lo que respecta a la experiencia familiar, Covey describe que su esposa, Sandra, y él afrontaron con angustia y frustración el delicado momento que su hijo atravesaba en el ámbito escolar. Su hijo era pequeño, delgado, algo inmaduro, carecía de coordinación, y los otros, incluso sus hermanos, se burlaban de él. Sandra y Stephen estaban desesperados por ayudar a su hijo para que saliera adelante. Trataban, por ejemplo, de animarlo con frases, tales como “¡Vamos hijo!”, “¡Tú puedes!”, “¡Así se hace!”, “¡No te rindas!”, y siempre se mantenían serviciales y positivos. Sin embargo, lo que hacían no producía los resultados esperados. Más allá de eso, después de tantos intentos fallidos, se detuvieron a pensar y se propusieron encarar la situación desde otra perspectiva. Stephen, a partir de sus trabajos de investigación y formación, se dio cuenta que debían analizar el cristal o la lente desde donde estaban concibiendo e interpretando esa circunstancia. Así, se pudieron percatar que, desde el punto de vista de ellos, en su papel de padres, habían estado tratando a su hijo, como si fuese incapaz o indefenso y estuviese desprotegido. Empezaron a comprender, de a poco, que, si querían modificar la situación, entonces, debían cambiar ellos, pero para eso, antes precisaban ajustar sus paradigmas.

En cuanto a la experiencia académica, Covey explica que se abocó en un estudio sobre los libros publicados acerca del éxito en los EE. UU. durante los siglos XVIII y XX. Sobre la base de ese rastreo bibliográfico, pudo comprobar que el concepto de éxito sufrió un cambio rotundo con el paso del tiempo: casi todos los libros de los primeros cincuenta años aprox. de su estudio se centraban en los fundamentos del éxito, esto es, en la integridad, en la humildad, en la fidelidad, en el valor, en la justicia, en la paciencia, en la simplicidad, etc. No obstante, poco después de la primera guerra mundial, percibió un viraje en la constitución de las dimensiones del éxito. Así, el éxito se empezó a ligar con la personalidad, la imagen pública, las actitudes, las conductas, las habilidades, las técnicas, etc. que eran efectivas en las interacciones entre las personas. Covey comenta que los elementos constitutivos de esta segunda concepción del éxito se tratan de parches o aspirinas sociales que, en verdad, dejan intactos los problemas, porque no los abordan desde sus raíces. En ese sentido, apaciguan o disipan los efectos de forma temporal, pero los problemas reaparecen con frecuencia y se amplifican con el tiempo.


Llegados a este punto, Covey efectuó una suerte de extrapolación de lo que descubrió en el campo académico al dominio de la situación familiar con su hijo. Reconoció que lo que estaba más en juego con respecto al modo en que concebían y manejaban la circunstancia con su hijo, sobre todo, al principio, era la imagen (pública) de ellos, en calidad de padres buenos, atentos, cariñosos. Sandra y Stephen habían recibido reconocimientos sociales, a partir de la crianza de sus otros hijos, pero sucedía que uno de ellos no parecía estar a la altura del estándar que Sandra y Stephen esperaban para continuar con la cosecha de beneficios sociales. De esa forma, los preocupaba y los frustraba, más allá de sus esfuerzos, no poder resolver el problema de raíz. Se quedaban en la aplicación de parches (palabras de aliento, técnicas de motivación, actitudes positivas, etc.) que quizás aliviaban un poco la situación, pero, en el fondo, el problema persistía.

Solo cuando Stephen y Sandra decidieron centrar sus esfuerzos en ellos mismos, en lugar de tratar de cambiar a su hijo, empezaron a trabajar en los fundamentos del problema. Así, se esforzaron en percibir la singularidad, la independencia, el valor personal, etc. en el chico. De ese modo, descubrieron muchas capas de profundidad en su hijo que iban a dar sus frutos de forma oportuna y su propio ritmo. De hecho, sucedió que su hijo empezó a sobresalir con una rapidez insólita, si se lo compara con lo esperable por los estándares sociales, académicos, deportivos, paternos, etc. Esta experiencia tan increíble, comenta Covey, los hizo tomar consciencia de los contrastes entre las éticas de la personalidad y del carácter. En lo que sigue, se incluye un cuadro comparativo para agilizar la comprensión acerca de las diferencias que se presentan entre ambas éticas.

ÉTICA DE LA PERSONALIDAD
   ÉTICA DEL CARÁCTER
Se apoya en la personalidad, la imagen pública, las actitudes, las conductas, las habilidades, las técnicas, etc.

Tiene un falso encanto, es ilusoria y engañosa. Porque aspira a alcanzar la efectividad personal, las relaciones profundas, la calidad de vida, etc. de una forma rápida y sencilla, es decir, sin pasar por el proceso de trabajo, extenso, movilizante y profundo, que posibilita esas condiciones o aspiraciones.

Centrar exclusivamente la atención y la energía en los elementos que componen a la ética de la personalidad es como estudiar a último momento para aprobar un examen. Es posible aprobarlo e, incluso, obtener una calificación alta. Sin embargo, si deseamos lograr realmente el dominio de las materias o desarrollar una mente culta, se requiere un esfuerzo constante, honesto y responsable.

Los elementos de la ética de la personalidad pueden ser efectivas en situaciones a corto plazo, pero nunca se podrá tener éxito a largo plazo, si el carácter personal es imperfecto o se encuentra viciado.
          
Se apoya en principios que organizan la efectividad humana, por ejemplo, la rectitud, la integridad, la honestidad, la dignidad humana, la excelencia, el potencial, la paciencia, la humildad, la simplicidad, etc.

Los principios son pautas o directrices para la conducta humana, en particular, a partir de los efectos o las consecuencias que provocan los comportamientos de las personas.

Las personas solo pueden experimentar un verdadero éxito y una felicidad duradera, permanente cuando aprenden esos principios y los integran en su carácter básico.

Solo podemos lograr cambios significativos en el árbol que suponen nuestras vidas cuando nos dejamos de enfocar en la superficialidad de nuestra personalidad, imagen, actitudes, conductas, técnicas, etc. y trabajamos en la profundidad de nuestras raíces, es decir, sobre los paradigmas —estructurados alrededor de los principios—que están a la base de nuestro carácter.

Es posible apelar al modelo del iceberg para marcar, aún más, el contraste entre ambas éticas: mientras que la ética de la personalidad se queda en la superficialidad del iceberg, la ética del carácter comprende fragmentos o bloques más profundos del iceberg. Así, la ética de las personas parece asumir un carácter doble porque una ética más acotada, manifiesta y ruidosa (ética de la personalidad) se apoya —hasta cierto punto— en una ética más vasta, implícita y silenciosa (ética del carácter). En ese sentido, es como si se tratara de la teoría del iceberg aplicada a la escritura. El escritor y periodista estadounidense, Ernest Hemingway, sostuvo que lo que el lector capta en la superficie de un relato es la narrativa, el argumento y los diálogos, pero en la profundidad se encuentran los pensamientos, los sentimientos, las motivaciones, los deseos y los sueños de los personajes, del autor, etc. Es más, arriesga una fórmula orientativa para el desarrollo de un relato: por cada octavo que se muestra, que aflora sobre el agua, siete octavos se mantienen bajo el agua.


Para concluir, identifica una situación personal, académica o profesional que hayas abordado de la ética de la personalidad, ¿cómo hubieras afrontado esa circunstancia desde la ética del carácter?, ¿cuáles hubieran sido los beneficios y los desafíos? Luego, si tuvieses que pensar cómo encarás las dificultades que se presentan en el árbol de tu vida, ¿sos de trabajar más en las hojas, en las raíces o en ambas?, ¿cuáles son los resultados que estás consiguiendo con ese enfoque?, ¿cuáles son los resultados que idealmente te gustarían conseguir?, ¿cómo podrías trabajar para alcanzar, de ser aplicable, ese estado deseado? Por último, si tuvieses que pensar en el modelo del iceberg aplicado a tu vida, ¿cuán consciente sos de los elementos que integran tu ética de la personalidad y tu ética del carácter?, ¿de qué manera podrías conocer mucho más acerca de aquella ética de la que tengas menor conocimiento?, ¿cuáles serían las ventajas y los riesgos que posiblemente encuentres en ese accionar?

Fuente: Covey, S. R. (2015). Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva: Edición de Imágenes. Mango Media Inc.

En lo que sigue, les comparto el link a la exposición de Stephen Covey acerca de los paradigmas (si el link no llegase temporalmente a funcionar, pueden buscar el discurso en Youtube con las expresiones clave “Stephen Covey”, “Carácter”, “Personalidad”). Les sugiero colocar los subtítulos en español en Youtube.


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