Los egresados de una carrera académica se deben preparar para enfrentar las rutinas cotidianas de la vida adulta, como trabajar durante ocho o diez horas diarias, conducir de regreso a sus casas, comprar suministros en el supermercado, etc. En muchos casos, esas rutinas serán aburridas, irritantes, frustrantes o sin sentido. Pero precisamente es en esas circunstancias cuando aflora la potencia de una educación ‘verdadera’. David Foster Wallace ofrece, en ese sentido, un poderoso discurso de graduación en el que los clichés acerca del propósito de ‘enseñar a pensar’ que recae en la educación y del trabajo educativo de por vida no parecen ser ideas tan comunes.
Por: Matías A. Wersocky. 14 de febrero de 2023.
David Foster Wallace, profesor y escritor estadounidense, nació en Nueva York, en febrero de 1962, en el seno de una familia de profesores universitarios (su madre, Sally Jeans, de inglés y, su padre, James Donald Wallace, de filosofía) y se suicidó en septiembre de 2008, en su casa de California, a los 46 años. El 21 de mayo de 2005, David pronunció un discurso de graduación dirigido a los egresados en humanidades de la Universidad de Kenyon. ¿Cómo evitar una vida adulta cómoda, próspera y respetable, pero muerta, encarcelada e inconsciente?, ¿en qué medida el trabajo de alterar o librarnos de nuestra configuración automática predeterminada, natural y cableada supone conocimiento? y ¿cuáles son los efectos de ‘aprender a pensar’ en las trincheras cotidianas de la vida adulta? son algunas de las preguntas que David diseminó en la ceremonia de graduación, con la fuerza del viento que esparce las semillas en un campo en plena cosecha. Se trató de un discurso poco convencional porque se alejó de una tónica discursiva divertida, graciosa o motivacional, como tradicionalmente se hubiese esperado, y porque, además, se discutieron aspectos de la vida adulta estadounidense poco transitados por este género discursivo (por ejemplo, la rutina, el cansancio, el tedio, etc.).
El discurso arranca con un relato sencillo, pero contundente: dos peces jóvenes, que nadaban, se cruzan con un pez mayor, que también nadaba, aunque en sentido contrario. Es importante aclarar aquí, que la oposición en el sentido del nado entre el pez mayor y los peces jóvenes no es algo trivial. Resulta, entonces, que el pez mayor les dice a los más jóvenes: “Buenos días, muchachos. ¿Cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguen nadando un poco, como si nada hubiera sucedido, pero, finalmente, uno de ellos mira al otro y le dice: “¿Qué diablos es el agua?” Es interesante cómo la pregunta del pez sabio resuena en los peces jóvenes, al menos, en uno de ellos, aunque reaparece con un cambio bastante sutil y eficaz, porque lo cierto es que para responder cómo es algo, se vuelve ineludible saber, primero, qué es ese algo. Esa breve historia acuática no continúa, llega, más bien, hasta ese punto.
Se puede interpretar que la metáfora de los peces y el agua, que envuelve inauguralmente al discurso de David Foster Wallace, cumple distintas funciones. En principio, le permite satisfacer el requisito estándar de los discursos de graduación de los EE. UU., que consiste en el despliegue de pequeñas historias didácticas de las que se desprendan lecciones o enseñanzas. Por lo tanto, empaqueta su conferencia en ese encuentro entre los peces para explicar, en la superficie, por qué el título que están a punto de recibir los graduados tiene un valor humano real en lugar de ser solo una retribución material. Le sirve también para comenzar a visibilizar algo que se suele silenciar en los discursos de graduación, por ejemplo, el aburrimiento, la frustración, la irritación de la vida cotidiana. Como si eso fuera poco, le permite, además, anticipar un movimiento de desnaturalización sobre algo que se supone fuera de discusión, por ejemplo, que la educación debe preparar a los alumnos para que piensen, cuando, en realidad, se supone que saben cómo hacerlo de antemano, más aún, al haber sido admitidos en una universidad prestigiosa. En otras palabras, David Foster Wallace pergeña una estrategia discursiva a contracorriente, tal como el sentido en el que nada el pez mayor con respecto a los peces jóvenes.
David Foster Wallace se vale, asimismo, de esa narración preliminar para esclarecer cómo (no) se posicionará en el discurso, esto es, aclara que él no es el pez mayor y que los graduados no se reconozcan ni se identifiquen con los peces jóvenes. Incluso, recalca que su disertación no es sobre moralidad, religión, dogmas o grandes preguntas acerca de la vida. En resumidas cuentas, se ocupa de preparar a la audiencia para que estén más receptivos en relación con su mensaje desafiante, provocador. De ahí que le pida al auditorio que suspenda su escepticismo sobre el valor de lo obvio, que lo ponga entre paréntesis, al menos por un tiempo breve, al igual que los peces jóvenes, cuando dejan de presuponer al agua como algo natural, dado, normal y, así, habilitan la posibilidad de la pregunta acerca de qué es el agua.
Pero más allá de ese relato de apertura y de sus respectivas funciones, el discurso de graduación gira esencialmente alrededor de la educación ‘verdadera’. Lo que nos podemos preguntar, para empezar, es cuál es el significado de ese concepto. David Foster Wallace no aporta una definición explícita o categórica al respecto, sino que, más bien, adopta una estrategia de rodeo en su conferencia. Explica, en ese sentido, que una educación ‘verdadera’ no tiene casi nada que ver con el conocimiento per se, sino con la simple consciencia respecto a lo que es tan real y esencial a nuestro alrededor, todo el tiempo, y que, sin embargo, permanece tan oculto y escondido a simple vista. Más aún, decirse y repetirse en nuestra cotidianeidad, “esto es agua”, “esto es agua”, “esto es agua”, nos concede cierto grado de consciencia acerca de nuestro entorno (y de nosotros mismos), puesto que las realidades más obvias, visibles e importantes son, a menudo, las más difíciles de captar y de tratar.
Si bien la educación ‘verdadera’ implica ser conscientes, es posible preguntarnos su para qué, finalidad o valor real. David Foster Wallace desliza, a tal efecto, dos estrategias a lo largo de su discurso: un “alejarse de” y “un acercarse hacia”. Respecto al “alejarse de”, él plantea que una educación ‘verdadera’ nos puede asistir, por un lado, a eludir una vida adulta cómoda, próspera y respetable, pero muerta, encarcelada e inconsciente y, por otro lado, a ser un poco menos arrogantes, es decir, adquirir un poco más de consciencia crítica respecto a nosotros mismos y a nuestras certezas. En otro pequeño cuento didáctico que David incorpora en su disertación, en particular, la discusión entre el ateo y el religioso acerca de la existencia de Dios se puede apreciar cómo cada uno de ellos se mantiene absolutamente firme en lo que cree. El inconveniente en ambas posturas es la certeza ciega. Una gran proporción de nuestras creencias, afirmaciones y opiniones, de las que solemos estar mecánicamente seguros, son erróneas, inexactas o engañosas. En cuanto al “acercarse hacia”, él propone que una educación ‘verdadera’ nos puede impulsar a convertirnos en personas ‘bien-ajustadas’ (equilibradas), que, por cierto, no resulta ser una empresa sencilla, cuando la tendencia de la educación académica nos prepara para la sobreintelectualización de las situaciones cotidianas y el mundo real o la cultura actual (de los hombres, el dinero y el poder) promueve la adoración del sí mismo, o el reforzamiento de nuestra configuración automática predeterminada.
Seguidamente, nos podemos preguntar por los alcances de esa educación ‘verdadera’. David Foster Wallace es enfático sobre eso: nos debe enseñar a pensar, es decir, a ser lo suficientemente conscientes (o ejercer algún tipo de control) sobre: a) elegir a qué prestarle atención y; b) elegir cómo construir significado a partir de la experiencia. ¿Qué sucede cuando se ‘aprende a pensar’? La persona puede identificar diferentes opciones interpretativas, cuando evalúa una situación específica. De esa forma, se distancia de su configuración predeterminada natural, que supone la certeza absoluta de que esa circunstancia concreta refiere estrictamente a SU necesidad, a SU interés, a SU deseo, etc. Así, aparece la oportunidad de decidir conscientemente qué sentido(s) asignarle(s) a esa situación particular y cuál(es) no. ¿Qué sucede, en cambio, cuando no se ‘aprende a pensar’? Probablemente, la persona no considere otras posibilidades e interprete todo a través de la lente de su yo, amparada en su creencia profunda y automática de que ella es el centro absoluto del universo, con lo cual, sus necesidades y prioridades inmediatas son las que organizan el mundo. En efecto, si la persona no realiza el trabajo de elegir a qué prestarle atención y cómo construir significado, entonces, en su vida adulta estará posiblemente perdida.
David Foster Wallace presenta distintos ejemplos a lo largo del discurso que ilustran lo que implica ‘aprender a pensar’. La espera en la cola de un supermercado, después de una extensa jornada de trabajo, es emblemática. Primero, un ejemplo de cómo no pensar (o, en realidad, de pensar de una forma tan automática, irreflexiva e inconsciente, que ni siquiera se convierte en una elección). Si me resultara exasperante y ridículo encontrar que el supermercado no cuenta con suficientes cajas de pago abiertas, a pesar de ser la hora pico del día, que las filas de espera son increíblemente largas y que no puedo descargar mi frustración con la cajera, que está sobrecargada de trabajo, en un trabajo monótono y sin sentido, que me expresa ‘que tenga un buen día’, al pagar mis productos, con una voz vacía y muerta, entonces, parece que todo se interpone en mi camino. Segundo, un ejemplo de cómo pensar. Si elijo, en cambio, forzarme a considerar la posibilidad de que todas las demás personas, en la fila de espera del supermercado. están tan aburridas, frustradas, enojadas, al igual que yo, y que algunas de las personas probablemente tengan vidas mucho más difíciles, tediosas y dolorosas que yo, entonces, puedo identificar al menos una opción interpretativa que me permita evaluar esa situación desde otra óptica, distanciada de mi configuración automática predeterminada natural.
Ahora bien, ¿cuáles son los requisitos o las condiciones para ‘aprender a pensar’? Básicamente, ‘aprender a pensar’ requiere de esfuerzo, disciplina y voluntad. El mundo ‘real’, tal como lo solemos experimentar, está delante o detrás de NOSOTROS, a la izquierda o a la derecha de NOSOTROS y así. Nuestra configuración automática predeterminada está integrada y cableada en nuestros tableros (o cerebros) al nacer. Entonces, es probable que algunos días no pueda elegir pensar por fuera esa configuración, o, simplemente, no quiera hacerlo, pero la mayoría de los días, si soy lo suficientemente consciente, puedo reconocer algunas otras opciones. También precisa ser capaz de preocuparse genuinamente por otras personas y sacrificarse por ellas de forma reiterada. Requiere, igualmente, de otro tipo de libertad, no la libertad de posicionarse en el centro de toda la creación, sino la libertad de elegir a qué prestar atención y cómo otorgar significado. Por esa razón, aprender a pensar requiere de un trabajo consciente de elección, que se expresa, sobre todo, en ciertas circunstancias rutinarias de tedio, de enojo, de aburrimiento, de cansancio, etc., por ejemplo, en los atascos de tránsito, los pasillos abarrotados, en las largas filas del supermercado, es decir, cuando se cuenta con tiempo para pensar.
Para concluir, si tuvieses que evaluar en qué medida actúas en tu cotidianeidad bajo los efectos de tu configuración automática predeterminada, con una escala del 5 (muy frecuente) al 1 (muy infrecuente), ¿cuál sería tu evaluación?, ¿cómo argumentarías esa calificación? Elige, ahora, alguna situación concreta de tu vida cotidiana en la que te hayas encontrado actuando según las órdenes irrevocables de tu configuración automática natural y propone alguna(s) otra(s) posibilidad(es) de interpretación que podrías haber contemplado en esa circunstancia concreta para alejarte de TU posición, de TU necesidad, de TU deseo, etc. ¿Qué acciones específicas podrías llevar a cabo, de ser aplicable, para acercarte mucho más al estadio de persona ‘bien-ajustada’, a partir de lo que explica David Foster Wallace? En lo que sigue, les comparto la disertación de graduación (si el link no llegase temporalmente a funcionar, pueden buscar el discurso en Youtube con las expresiones clave “Esto es agua” y “David Foster Wallace”). Les sugiero colocar los subtítulos en español en Youtube.
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