Para poder elaborar una pérdida, es necesario entrar en contacto con el dolor que provoca. Sin embargo, ese encuentro debe ser posible y, sobre todo, tolerable para cada persona; cada uno tiene un límite diferente para enfrentar sus emociones en un determinado momento. Por lo general, las personas regulan y dosifican la cantidad de dolor que pueden soportar; y no siempre están listas para hablar del ser querido que murió o para revivir recuerdos difíciles. Esto no significa que estén evitando el duelo, sino que se están cuidando emocionalmente, respetando su propio ritmo y sus necesidades.
Dicho lo anterior, es interesante pensar en la ventana de tolerancia emocional: un espectro o rango emocional óptimo dentro del cual una persona puede afrontar el dolor sin sentirse completamente abrumada ni totalmente desconectada. Ahora bien, hay dos formas de cruzar el umbral de la ventana de tolerancia: por arriba o por abajo. Ciertas personas que permanecen por debajo de esa ventana evitan el dolor o se desconectan de él (zona de hipoactivación); otras, en cambio, se ubican por encima de esa ventana y se ven sobrepasadas al entrar en contacto con emociones demasiado intensas (zona de hiperactivación). Por eso, es fundamental que cada persona pueda encontrar su propio nivel y ritmo de exposición al dolor, dentro de un margen aceptable que le permita procesarlo sin desbordarse.
Fuente: NB Psicología
No existe una única manera
“correcta” de atravesar el duelo, cada persona lo vive y lo enfrenta de forma
única. Los modos de afrontamiento del duelo se refieren a las distintas
maneras en que las personas enfrentan la pérdida de un ser querido. Por
ejemplo, algunas personas encuentran alivio al hablar sobre su dolor, mientras
que otras prefieren escribir o pasar tiempo a solas. Hay quienes buscan
respuestas espirituales para encontrar sentido, y quienes se enfocan en lo
práctico para reorganizar su vida. Todas estas formas son válidas y no hay un
camino único para vivir el duelo. De hecho, los modos de afrontamiento pueden
entenderse desde las diferentes dimensiones de la experiencia humana: lo
cognitivo (cómo pensamos), lo emocional (cómo sentimos), lo conductual (cómo
actuamos), lo social (cómo nos relacionamos), lo espiritual (cómo buscamos
sentido), etc. En este contexto, Margaret Stroebe y Henk Schut, dos
destacados investigadores en el campo de la psicología del duelo, propusieron
un modelo conocido como el proceso dual de afrontamiento. Su idea principal
es que, durante el duelo, las personas alternan entre dos tipos de
afrontamiento diferentes: centramiento en la pérdida (conexión) y centramiento en
el restablecimiento (desconexión).
1) Centramiento en la pérdida
(conexión)
En este caso, la atención de
la persona suele estar centrada casi exclusivamente en la pérdida. El dolor
por la muerte del ser querido está muy presente, y se suele sentir de manera agobiante, intensa y desbordante. Es común que la persona experimente una amplia gama de
emociones, como una profunda tristeza, angustia, llanto constante, confusión
mental, y en algunos casos, sentimientos de culpa por lo que hizo o dejó de
hacer. Ese estado emocional puede ir acompañado de una sensación de incredulidad,
como si aún no pudiera aceptar del todo lo ocurrido. Además, puede surgir una
necesidad interior de encontrar sentido a la pérdida. La persona puede
preguntarse por qué ocurrió y cómo podrá reconstruir su mundo sin esa presencia
tan importante. Este enfoque, centrado en el dolor y la ausencia, es una
reacción natural y esperada, especialmente en las primeras instancias del
duelo.
Ejemplo: Marta
perdió a su madre hace poco, y desde entonces se encuentra atravesando una
etapa de profundo dolor. Hay días en los que se encierra en su habitación, mira
durante horas fotos antiguas y revive, con amor y tristeza, los momentos
compartidos con su madre: los abrazos, las charlas cotidianas, las risas,
incluso las discusiones. Por lo general, Marta llora sin poder contenerse, y en
medio de ese llanto, se pregunta por qué tuvo que suceder y cómo podrá seguir
adelante sin su madre.
Se puede observar que Marta está visiblemente
orientada hacia su pérdida. Su atención y su energía emocional están puestas en
la ausencia de su madre, en el vínculo que las unía y en el dolor que provocó
su muerte. Le resulta difícil pensar en el futuro o en otras áreas de su vida,
porque todo parece estar teñido por la ausencia de su madre. Este tipo de
reacción, intensa y abrumante, es completamente natural y esperable en
las primeras etapas del duelo, cuando la necesidad de conectar con lo perdido
es más fuerte que la de mirar hacia adelante. Darle espacio a lo que está sucediendo es un
paso importante en el camino hacia la integración de la pérdida.
2) Centramiento en el
restablecimiento (desconexión)
En este otro caso, la persona comienza poco a poco a adaptarse a su nueva realidad sin el ser querido. Este proceso de adaptación no solo implica cambios prácticos en la vida cotidiana, como asumir responsabilidades que antes estaban a cargo del otro —por ejemplo, aprender a hacer trámites, cocinar, cuidar de la familia o encargarse de la economía del hogar—, sino también la reanudación de actividades que habían quedado en pausa, como volver al trabajo, retomar estudios, participar en actividades sociales o comenzar a pensar en nuevos proyectos de vida. Empieza a ocurrir, en paralelo, un proceso interno, profundo y complejo: la reconstrucción de la propia identidad y el modo de entender el mundo. La persona se enfrenta a preguntas sobre quién es ahora sin su ser querido, y comienza a redefinir su lugar en la vida y en sus vínculos. Es común, además, que se produzcan momentos de desconexión temporal del dolor por la pérdida. No significa que se haya olvidado al ser querido, sino que hay una apertura hacia la restauración y la continuidad de la vida. Salir a trabajar, llevar a los hijos a la escuela, planificar el día, hacer las compras o compartir una charla con amigos representan formas de reorganización emocional y práctica.
Ejemplo: Carlos
perdió recientemente a su pareja, con quien compartía muchos aspectos de la
vida cotidiana. Durante las primeras semanas, el dolor fue intenso, y sentía
que nada tenía sentido. Sin embargo, con el paso del tiempo, empezó a dar
pequeños pasos hacia la adaptación a su nueva realidad. Por ejemplo, ahora se
encarga de la economía del hogar, una responsabilidad que antes asumía
principalmente su pareja. Tuvo que aprender a organizar pagos, administrar
gastos y tomar decisiones importantes por su cuenta, algo que representa un
desafío, aunque, al mismo tiempo, un progreso en su proceso de reconstrucción. Carlos,
además, comenzó a retomar su vida social. Se reúne con amigos para tomar algo,
salir a caminar o simplemente conversar. Si bien siente tristeza y extraña
profundamente a su pareja, estos momentos le permiten distraerse y conectarse
nuevamente con el mundo exterior. En ocasiones, incluso pensó en retomar viejos
proyectos personales que había dejado de lado durante la relación.
Estos cambios reflejan un movimiento interno hacia la restauración (o restablecimiento). Carlos no olvidó su pérdida, pero está comenzando a encontrar un nuevo equilibrio entre el recuerdo de lo vivido y la necesidad de seguir adelante. Poco a poco, está reconstruyendo su identidad y reorganizando su vida, y si bien el dolor sigue presente, ya no ocupa todo el espacio en su existencia.
Entonces, para poder transitar el dolor de
una forma saludable, es importante permitirnos un movimiento natural entre el
contacto con el sufrimiento y momentos de desconexión. Este vaivén —entre
conectar con la pérdida y tomar distancia de ella— es una parte esencial del
proceso de duelo. En algunos momentos, necesitamos sumergirnos en el dolor (recordar,
llorar, extrañar, darle espacio a lo que sentimos), mientras que, en otros,
necesitamos desconectarnos temporalmente para enfocarnos en otras actividades (trabajar,
estar con otras personas, salir a recrearse). Esta alternancia entre estar
centrados en la pérdida y orientarnos hacia la vida cotidiana es necesaria. Oscilar
entre estos dos polos —conexión y desconexión— nos ayuda a no quedar atrapados
en el dolor de forma permanente, ni tampoco a negarlo o evitarlo por completo. Es
una manera de autorregularnos emocionalmente y de ir adaptándonos, poco a poco,
a una nueva realidad sin la persona que hemos perdido.
Una metáfora interesante
para comprender este proceso de vaivén en el duelo es la de la hamaca.
Al igual que cuando nos hamacamos, el duelo nos convoca a movernos entre
distintos estados emocionales. Hay momentos en los que nos balanceamos en la
hamaca: buscamos ponernos en movimiento, distraernos y despejarnos, darnos
un cierto respiro emocional, como una forma de seguir adelante con la vida. Y
luego hay momentos en los que detenemos la hamaca, hacemos una pausa y
nos permitimos sentir el dolor, recordar, llorar y conectarnos con la pérdida.
Ese movimiento oscilatorio forma
parte de un proceso orgánico de adaptación emocional. No se trata de elegir
entre sentir o evitar el dolor, sino de encontrar un equilibrio -dinámico- entre ambos
extremos. La clave está en permitirnos esta oscilación dentro de nuestra
“ventana de tolerancia” emocional, es decir, dentro de lo que somos capaces de
sostener sin sentirnos desbordados. Cada persona tiene su propio ritmo y forma
de transitar este proceso, al igual que cada quien se hamaca a su manera: hay
quienes prefieren moverse despacio, con suavidad, y quienes necesitan un movimiento
más potente o rápido; algunos se hamacan alto, tocando emociones intensas, y
otros apenas se mueven, transitando su dolor de forma contenida o sosegada. No hay una
única forma correcta de hacerlo. Lo importante es reconocer cuál es el ritmo
que nos hace bien, el que nos permite tolerar sin quedarnos estancados, y continuar
sin negar lo que duele.
Uno de los desafíos que puede
presentarse en el proceso de duelo es caer en una forma rígida de afrontamiento,
es decir, quedar atrapados en un solo modo de enfrentar la pérdida
(momificación). Por ejemplo, si una persona se mantiene en contacto constante
con el dolor y la realidad de la pérdida, corre el riesgo de sobrepasar su ventana
de tolerancia emocional. Estar sumergido todo el tiempo en el sufrimiento puede
resultar agotador y paralizante. Pero si evitamos el dolor de manera
permanente, tampoco podemos elaborar el duelo de forma saludable. Porque el
proceso de duelo requiere, en algún momento, poder entrar en contacto con lo
que duele, sentirlo y darle un lugar en nuestra experiencia emocional. De ahí
que sea fundamental que la persona aprenda —muchas veces con acompañamiento profesional—
a regular su nivel de exposición al dolor. Esto es, poder acercarse al dolor en
ciertos momentos y tomar distancia en otros, permitiéndose oscilar entre el
contacto y la desconexión. Esta autorregulación contribuye a transitar el duelo
con una adaptación emocional mucho más sostenible en el tiempo.
Ninguna forma de
afrontamiento, sea de conexión o desconexión con el dolor, es negativa en sí
misma. Lo importante es que sea funcional para la persona en su situación
particular.
Ejemplo de desconexión
funcional: una mujer que acaba de perder a su esposo y tiene niños pequeños
necesita salir a trabajar, estar disponible para cuidar y sostener a sus hijos,
y encargarse de la vida cotidiana. En ese contexto, puede ocurrir que no esté
lista para volver al cementerio o enfrentar ciertos recuerdos dolorosos, porque
si lo hace, se podría desarmar y luego no poder cumplir con sus
responsabilidades. En este caso, su desconexión del dolor no es un signo de
negación, sino una forma saludable y necesaria de protegerse y fortalecerse
para poder seguir adelante.
Ejemplo de conexión
funcional: un hombre, que acaba de perder a su esposa, siente una tristeza
profunda y reconoce que aún no puede sacar las pertenencias de su ser querido
del cuarto que compartían. En lugar de evitar el contacto con su pérdida por
completo, se permite sentir angustia cuando entra en la habitación, y poco a
poco empezar a tener la intención de reorganizar ese espacio, pero sin presionarse
ni forzarse. Su actitud refleja una conexión consciente y respetuosa con el
dolor, que lo ayuda a procesar la pérdida de manera gradual y sana.
En definitiva, la conexión y desconexión con el dolor son funcionales cuando la persona puede reconocer y entender que sus formas de afrontar la pérdida le están ayudando a manejar la situación. El riesgo puede aparecer cuando el modo de afrontamiento se vuelve rígido o “se momifica”, es decir, cuando la persona queda atrapada en un solo modo sin poder adaptarse ni flexibilizarse. Mantener sostenidamente una posición fija y rígida puede dificultar el proceso de duelo y el bienestar emocional de la persona doliente.
Para concluir, el modelo de
Margaret Stroebe y Henk Schut nos invita a enfocarnos en cómo se gestiona la
pérdida, más que en buscar resultados en el duelo. Entender que cada
persona maneja su dolor de manera única nos ayuda a reconocer que el proceso es
flexible y personal. La evolución del duelo dependerá en gran medida de las
formas en que se afronta la pérdida. Y es primordial evitar encasillar a
las personas en modelos inflexibles que les indiquen cómo “deberían” sentir o
actuar. Por lo que respetar y acompañar la diversidad de experiencias y ritmos
es clave para favorecer un duelo mucho más saludable.
Este artículo fue elaborado sobre la base del libro “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, de J. William Worden (Editorial Paidós, 1997) y lo abordado en el “Curso Anual de Especialización en Counseling en Duelo” a cargo de las prof. Mabel Weiskoff y Marcela Masserano (DOLUS, 2025).

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